Por: Ismael Pérez Vigil, Politólogo.
2 de febrero de 2018.
El gobierno no ha necesitado recurrir, hasta ahora, al fraude electrónico. Con todo lo que ya hace, ese goteo incesante y metódico de trampas electorales a que nos somete, ha sido más que suficiente. Y cuando no gana gracias a esas trampas, arrebata, como paso en el Estado Bolívar en la elección de gobernadores; y la oposición organizada, como un todo, la MUD, los partidos políticos y las ONG, no tuvimos la fuerza para impedir que se realizara el hecho o para restituir los derechos burlados.
El resultado, miles de electores que no entienden nada, especialmente jóvenes, que decepcionados de todo y de todos, no quieren saber nada de la política y de los políticos y no creen cuando uno dice que eso no es política y que los que no dan la cara para explicar, para organizarnos y evitar que vuelva a ocurrir, no son políticos, ni líderes, ni dirigentes, ni nada, solo oportunistas.
De esta manera se abonó el terreno para una gran desmovilización y se dejó a una enorme parte de la población, que había sido muy activa, en manos de la abstención y la indiferencia o como decía Manuel Caballero, en manos de quienes invitan a la gente “… a sentarse a la puerta de los cuarteles esperando que de allí salga la solución a sus problemas. Ignorando además que los cuarteles no son la solución sino el problema. ¿O es que acaso se olvidó ya de dónde vino Chávez?” (El Universal 24 de octubre de 2004)
Con todo, a pocas semanas de las votaciones convocadas por la dictadura, −poco importa el órgano que lo hizo− parece llegado el momento de analizar esa “posición” política que −literalmente− reza: “Para que ir a un proceso electoral sin garantías sí sé que me van a hacer trampa”. No porque ello vaya a cambiar mucho lo que va a ocurrir con la abstención en las próximas elecciones —que ya luce que es irreversible, aun cuando hagamos llamados a votar— sino porque es conveniente que cada uno de nosotros asumamos la responsabilidad que nos corresponda en este entuerto, en los días posteriores, porque pese a todo, el mundo no se termina con esa elección presidencial.
Pero el problema no es si se cree o no en que las elecciones serán fraudulentas, pues no se trata de un problema de fe, el problema era y es cómo convertirlo en una acción política efectiva y es allí en donde está la clave. En días pasados un tuit de Tulio Hernández lo resumió de manera excelente:“Hay una gran diferencia entre abstenerse y negarse a aceptar unas elecciones inconstitucionales, ilegítimas, ventajistas. Somos muchos lo que no creemos en la abstención sino en la necesidad de exigir elecciones justas, equitativas, respetuosas para todos los actores políticos”. Pero, cada quien, en un alarde de —no sé bien como calificarlo— absoluto individualismo, lo convierte como quiere y en lo que quiere: unos en abstención; otros en participación, pero solo “bajo condiciones mínimas”, aclaran; otros hablan de resistencia activa; otros de desobediencia o rebeldía civil −aunque estas dos últimas serán por “combustión espontánea”, pues no parece haber nadie organizando eso− y una buena parte en simple indiferencia: “me cansé ya de esto, ya hice mucho, la culpa no es mía sino de otros, yo me regreso a lo mío... ¿Dónde era que estaba?”
Quienes creemos que en efecto no hay condiciones para un proceso electoral verdaderamente democrático, debemos rendirnos ante la evidencia de que lo que hoy tenemos y estamos haciendo es una política pésimamente implantada. Que se debe analizar mejor y evaluar consensuadamente si se tiene la fuerza para llevarla adelante, en este momento, porque una política de esa naturaleza que conduzca a un llamado a no participar o a la abstención, o es total, o es un absurdo y total fracaso, es dejarle el camino libre a la dictadura para que se quede, en principio, seis años más, de manera gratuita, sin costo político y sin hacer ningún esfuerzo. ¿Estamos de verdad preparados y conscientes de eso?
Siempre pensamos −y se dijo− que la estrategia de no participar en las elecciones de alcaldes, ese pasar agachados por parte de los partidos, era coyuntural, era para prepararnos para después. Ese “después” llegó, siempre fueron las elecciones presidenciales que ahora tenemos en perspectiva. ¿Y cómo nos preparamos para confrontarlas y continuar después? Porque el problema no es como piensan algunos, salir de esta nefasta dictadura, sino construir una democracia sólida con la participación de todos, en donde los demagogos como Chávez Frías y Nicolás Maduro no tengan una segunda oportunidad, y eso es lo que hoy está en entredicho con las profundas fisuras en la oposición y el país.
Para concluir −con una nota positiva, además− reitero lo que ya he dicho en otras ocasiones, la tarea del momento, la que nos espera, es volver al pacto originario, a la reconstrucción del pacto social entre ciudadanos y políticos sobre nuevas bases, de verdadera participación y democracia con una visión compartida de país y futuro.
Tomado de: https://ismaelperezvigil.wordp
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