Caracas, 4 de mayo de 2018.
EDUCACIÓN “¡Robaron el comedor de la escuela!. No podemos quedarnos así. Hay que reunir a las madres, hay que moverse. ¡La comunidad tiene que expresar su rechazo y defender su escuela!” Así se expresaba el padre Alfredo, SJ, párroco de La Vega, cuando con rabia, dolor, indignación, nos contaba que el 1º de mayo en la madrugada habían robado toda la comida para los 120 niños que almuerzan diariamente en “Andy Aparicio”, de Fe y Alegría.
Robar una escuela es un crimen a la colectividad, pues afecta no solo a la institución en cuestión, sino a toda la comunidad que se beneficia del servicio, y en este caso, la “Andy Aparicio” está en un programa de alimentación, “Alimenta la solidaridad”, junto a otras escuelas de la Vega, en alianza con la Parroquia Católica “San Alberto Hurtado” y la Asociación “Civil Caracas Mi Convive”.
Dar de comer a 120 alumnos todos los días no es tarea fácil. Hay mucho trabajo y mucha solidaridad detrás de un programa como este. Robar el comedor supone dejar a niños y niñas sin “su pan diario de cada día”, incluso, según me decía la directora, para algunos esa es su única comida.
Cuando se ataca una escuela, la comunidad, los dolientes, tienen que reaccionar, expresar públicamente su rechazo; lo contrario es dar el mensaje de que “no importa”. Y sí importa que 120 niños se queden sin comer, sí importa que nos acostumbremos a que es normal el caos.
Son muchos los planteles víctimas del hampa en este país, en estos tiempos de desinstitucionalización. No siempre fue así; las escuelas eran respetadas. En la primera que trabajé hace más de 40 años, en una zona popular del sur de Maracaibo, un local con techo de zinc que no contaba con vigilante ni alarmas, nos robaron dos veces en siete años. Ahora un colegio puede ser robado todos los meses y, como bien apunta el Observatorio Venezolano de la Violencia, se han incrementado los delitos por los alimentos. Ya no solo se llevan computadoras o aires acondicionados, sino también la comida de los alumnos y lo que consiguen en las cantinas escolares. La harina de maíz y el queso son ahora el botín. Y lamentablemente, como no suele haber “sangre” en estos hechos, hay autoridades que no los toman muy en serio. A veces simplemente les dicen a los denunciantes: “Déjelo así”. Y no pasa más nada.
A veces los directivos, la comunidad cae en la desolación, ya no pasa de la denuncia. Inhibirse no soluciona nada e incluso es una ventana abierta para que se repita la historia, como pasa muchas veces. En realidad, eso sucede con cualquier caso de impunidad: el culpable se empodera –“robé y no me pasó nada”– y la víctima se desmoraliza, y los testigos se van acostumbrando y hasta se llega a ver el asunto como “normal”. Pero no hacer nada no es lo único que se puede hacer.
Hace años, cuando vivía en el Estado Bolívar, recuerdo que robaron la bomba de agua de la escuela pueblo de Las Claritas. Sí, ahí, cerca del yacimiento de oro más grande del país y uno de los más grandes del mundo. Ahí también hay una escuela de Fe y Alegría. Un pueblo con riqueza inmensa en el subsuelo y pobreza de todo tipo en la superficie. Las madres no se resignaron a que sus hijos quedaran sin agua, así que se organizaron y se pusieran a buscar casa por casa en el pueblo. La bomba “apareció”. Los culpables, al saber del operativo, la devolvieron, “apareció”.
Cuando escribo estas líneas sé que en La Vega tampoco se han resignado a que sus hijos se queden sin comedor. Ya hubo una reunión, el propio día del robo. Hubo una movilización en la calle promovida por madres del sector, y se ha convocado a una asamblea de padres y representantes del colegio. Fueron funcionarios del CICPC, y se hará seguimiento. Habrá presión a las autoridades. Se ha recomendado acudir al Consejo de Derechos, pues “la letra con hambre no entra” y la alimentación es necesaria para aprender. Las autoridades tienen que hacer su trabajo para que los maestros puedan hacer el suyo.
Frente a cualquier conflicto, hay tres maneras de reaccionar: se agrede –se devuelve la violencia con violencia–, con lo cual se agravará la situación, porque ya lo decía Gandhi: la violencia siempre trae más violencia. Por su parte, Mandela decía que la venganza era mala consejera. La otra manera es la inhibición, que, como dijimos, se vuelve una invitación a que se repita el hecho violento. La tercera es actuar pensando las cosas: aplicar las sanciones correspondientes, buscar la justicia.
Cuando se ataca una escuela, la comunidad, los dolientes, tienen que reaccionar, expresar públicamente su rechazo; lo contrario es dar el mensaje de que “no importa”. Y sí importa que 120 niños se queden sin comer, sí importa que nos acostumbremos a que es normal el caos.
La escuela también debe enseñar a los ciudadanos a defender los derechos de sus hijos. La escuela también debe recordar a las autoridades que los derechos de los niños, niñas y adolescentes son prioridad absoluta.
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