Por Ing. Norberto Bausson,
22/12/2018
Ya viene, pero no quiero que llegue. No
quiero por ellos, por esos que caminan con zapatos rotos y comen recortado. No quiero porque muchos no podrán poner su arbolito
ni comer en la cena acompañados de su gente, su familia.
En la Venezuela bonita y
querendona la llegada del mes de diciembre era un sinónimo de alegría sin paralelo. Las familias esperaban
con ansias aquellos días para en un alarde de
eficiente desempeño (hasta el más flojo se movía) preparar las tumultuosas
reuniones en alguna casa de la familia.
Rapidito
llegaba el 24 de diciembre
y tras un par de días de mucho atareo, rumbas, reuniones y ratones,
uno procedía a echarse un baño y ponerse una pinta para la cena navideña, aquella del 24 con la familia en
la que no faltaba la hallaca, el pernil, pan de jamón y la ensalada de gallina. Eso con un
brindis sencillito con una botellita de Cerecer o de Caroreña.
Esa noche seguro se rascaba alguno o se dormía en una acera pero el cariño
de la familia lo sacaba rapidito
de eso y al otro día estaba en la pelea. Era la recompensa de todo el año de trabajo, era el momento
cúspide donde las lágrimas afloraban para demostrarle a alguno que lo apreciabas o adorabas. Esa noche se obedecía al sentimiento
familiar, era el que mandaba, era el más importante.
Por eso no quiero que
llegue. No quiero que la mesa casi vacía me haga voltear para el suelo o para
el cielo. No quiero que me manden besos por Skype y me digan que es igualito. No quiero imaginarme al caminante maltrecho mirando y oyendo la algarabía ajena que no lo invita.
No quiero pensar en el solitario que se duerme para no llorar la ausencia
de la mesa tan bonita;
no soporto imaginar al
desterrado, limpio, contando las monedas para comprarle algo a su ser amado.
Sé que este 24 los venezolanos, estén donde estén, alzaran una copa
de vidrio o un vaso de plástico,
con vino o con agua y van a decir: patria amada desde aquí brindo por ti y rezo porque se acabe esta pesadilla. Y sé que son tan fuertes y patriotas que habrá pocas
lágrimas y mucho
entusiasmo, mucha esperanza de volver a la tierra que los vio nacer.
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