Por Bernardo Guinand Ayala
20 de enero de 2020
Siempre me han gustado las historias de héroes
anónimos, héroes sin capa, santos sin proceso de canonización, gente sencilla,
de carne y hueso, que no abren los titulares de la prensa y aun así, generan un
gran bienestar e influencia para aquellos quienes los rodean.
Recientemente fue el día del maestro, donde quizás
pueda encontrarse la mayor acumulación de este tipo de héroes. Gente silenciosa
en la vida social, política o comunicacional, pero que en las cuatro paredes
que circunscriben sus aulas, son guías, son luz, son puertas abiertas al futuro
para cada niño o joven que impactan. “La
historia la escriben los vencedores” decía Orwell, sin embargo, la vida
íntima, el diario familiar, el legado cercano, plausible y amoroso, lo escriben
en cada persona, estos héroes anónimos que dan sentido a nuestras vidas. No hay
titular de periódico que pueda sustituir la impronta profunda que esta gente
maravillosa deja en nuestros corazones.
Mi diario personal ahora tiene otra heroína, otra
santa que nos guiará desde arriba. Se nos fue Virginia Díaz, la maestra de
Antímano, el ángel guardián de los más vulnerables. Virginia fue docente por
muchos años, dictó cursillos de cristiandad, cantó y acompañó al coro de su
parroquia; pero cuando una caída la alejó formalmente de las aulas, lejos de
retirarse decidió abrir las puertas de su humilde casa en el Barrio El Carmen
de Antímano a los niños - y no tan niños - con necesidades especiales de su
comunidad.
Sabiendo el trabajo que le había tocado para educar a
su hijo Douglas, un chamo maravilloso con Síndrome de Down, aprovechó su
paciencia, su fe en Dios y su capacidad pedagógica para enseñar a leer, a
cantar, acompañar, formar en valores y dar sentido a la vida de tantos, que
como Douglas, tienen el distinguido título de ser “especiales”. Llegar a casa de Virginia, era recibir una procesión
de abrazos y caras sonrientes de todos aquellos amorosos discípulos, que veían
en uno solo amor y cariño.
Cuando Fundación Impronta nació en 2017 no había sino
ganas de hacer cosas por los más vulnerables. No había sede, ni lugar decidido
para actuar, ni programas pulidos para impactar. Una propuesta de Virginia y de
Evelyn - su hija - para apoyarlos en el Plan Vacacional que realizaba año a año
la Fundación Especialmente Amigos fundada por ella y que ese año estaba en pico
e’ zamuro por la compleja situación económica, nos dio la posibilidad de
realizar, sin planificarlo, nuestro primer programa, ese cálido plan vacacional
que luego se convirtió en una tradición y ahora una manera de rendir homenaje a
su inspiradora.
A raíz de la diabetes, la salud de Virginia fue
menguando. Su vista y sus riñones fueron haciendo mella y recientemente un ACV
la dejó postrada en cama. Enfermedades crónicas en medio de la situación que
padecen los venezolanos en sectores populares suelen ser cruces muy pesadas. No
dudo que Virginia puso su fe en Dios y así, sin generar mayores inconvenientes,
se apagó como una velita en la medianoche de sábado para domingo.
Hoy la despedimos en medio de una de las
manifestaciones más bellas que haya podido presenciar en mi vida. Llegar a la
Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Antímano y ser recibido por todos y cada
uno de sus niños y adultos especiales, ver sus caras tristes esperando a su
Maestra Virginia para un último adiós, ver a Douglas haciendo su mejor esfuerzo
para ayudar a cargar a su mamá, para luego constatar cómo, un lunes por la
mañana, la iglesia de Antímano estaba a reventar entre vecinos, familiares y
beneficiarios que despedían a Virginia, su ángel guardián. ¡Gracias Virginia, gracias por tanto!
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