Biden o Trump: Falso Dilema
Ismael Pérez Vigil. Politólogo
Desde la perspectiva de
alguien que observa desde lejos, sin adentrarse en los detalles, la política
norteamericana debo decir que para hablar sobre este tema, con propiedad y
objetividad, sería preciso olvidar lo que los españoles llaman la “Ley de
Campoamor”: …nada hay verdad ni mentira/todo es según el color/del cristal con
que se mira…
Eso implica despojarse del
lente ideológico que nos ha inoculado el chavismo, según el cual todo lo
filtramos a través de nuestra realidad política; los chavistas ven tras de todo
la mano del imperio y muchos opositores, detrás de cada árbol y a la vuelta de
cualquier esquina, ven comunistas agazapados dispuestos a agredirnos y tomar el
mundo.
Pese a lo anterior, en este
momento no creo que sea posible despojarse de los “cristales” ideológicos y en
lo personal he llegado a la conclusión que es inútil tratar de obtener
información y una perspectiva objetiva sobre el problema. Razón tienen los
viejos españoles que escuchaba de niño y decían que no discutiera de futbol, de
toros ni de política –yo agregaría la religión–, pues es una forma segura de
perder amigos y ganarse enemigos; y la viva demostración de la inutilidad de
discutir sobre política es intentar hacerlo sobre Trump y Biden.
De esta profusa discusión
que copa prensa y redes sociales, ¿Qué hemos sacado de provechoso?, nada; todo
lo contrario, nos ha dividido, enemistado y amargado más. No hay un debate de
ideas, de argumentos, mucho menos de verdades, solo circulamos chismes, medias
verdades o claras falsedades, se dicen cosas tan absurdas, que uno no entiende
como gente sería puede creerlas, como para repetirlas y difundirlas. Todo se
reduce a un afán de etiquetar, catalogar, clasificar, estigmatizar, sin verdadero
fundamento; transitamos una ruta confrontativa que empobrece y desalienta.
Nada de lo que uno diga u
opine, por haberlo leído en cualquier medio –norteamericano o internacional–,
será verdad, nos dirá el interlocutor que nos escuche, pues “todos los medios
están parcializados por uno u otro”, dirá. Es más, y esto es un problema más
general, en esta época, de la llamada “posverdad, hoy no hay forma de conocer
que es cierto y que no, cada quien creerá aquello que quiera creer y que mejor
le acomode a sus intereses. Particularmente, en la política norteamericana, la
polarización –republicanos-demócratas– ha llegado a los extremos que bien hemos
conocido ya en Venezuela. Hoy en día, en materia de política, como en materia
de religión, hay que creer para ver. Por eso, estas reflexiones personales, no
tienen ninguna otra pretensión, salvo esa: ser una reflexión personal.
Aclarado lo anterior, mis
preferencias, que no revelaré y que confieso se reducen a simpatía o antipatía
personal, el punto que me interesa destacar es que yo creo que no va a haber
diferencias de fondo en cuanto a la política hacia Venezuela cualquiera que sea
el resultado de las elecciones en los EEUU; somos nosotros, quienes viendo las
cosas tras el prisma venezolano, nos imaginamos y fantaseamos con escenarios
que tienen poco que ver con la realidad de allá y la internacional y solo mucho
que ver con nuestra polarización aquí. Por ejemplo, en días pasados leí en un
prestigioso medio norteamericano un columnista que concluía su análisis son
esta perla, digna de Nicolás Maquiavelo: “Estados Unidos nunca debería tomar
partido en este tipo de disputas entre políticos de otros países. Pero en la
medida que lo hace, debería tener especial cuidado en no terminar apoyando al
bando perdedor.” Naturalmente me reservo el medio y el nombre del autor, para
librarlo del odio de unos u otros.
Pero, siguiendo en la
materia electoral actual, ciertamente son de agradecer algunos gestos de Trump
hacia Venezuela y especialmente hacia Juan Guaidó: algunas de sus
declaraciones, medidas y sanciones contra el régimen venezolano, empresas del
estado y funcionarios –aunque a algunos no les gustan mucho–, su reconocimiento
a Guaidó en el Congreso durante su discurso a la nación, por mencionar pocas
cosas; pero también debemos reconocer que muchas de esas cosas no han pasado de
la retórica del discurso, para pesar de los que esperaban una acción más
“decisiva”. Al final, la política de Trump, la que se está siguiendo, fue la
definida a principios de año por el Secretario de Estado Pompeo y consiste en
una serie de condiciones –muy similares, por cierto, a las que definió Juan
Guaidó por esas fechas– para que se lleven a cabo unas elecciones
presidenciales libres y justas, sin que Maduro ni Guaidó participen en ellas. Y
esa es una medicina, elecciones, a la que parece que tenemos muchos alérgicos
en el país.
Por la otra parte, tampoco
podemos olvidar, seria mezquino hacerlo, que las primeras sanciones en contra
del gobierno de Nicolás Maduro y contra sus funcionarios –que en mi opinión son
las más efectivas– fueron tomadas por la administración Obama y en ello tuvo un
papel importante Biden, como vicepresidente y antes como senador. Al respecto,
por citar también pocos ejemplos, está la firma de la ley de Defensa de los Derechos
Humanos y la Sociedad Civil en Venezuela, aprobada por el Congreso al final de
2014, para aplicar sanciones económicas contra funcionarios venezolanos
involucrados en la represión y –en efecto– Obama emitió una orden ejecutiva que
declaraba a Venezuela como un país que representaba una “amenaza a la seguridad
nacional” de Estados Unidos, y ordenó sanciones contra funcionarios
gubernamentales, entre los cuales estaban el entonces jefe del Sebin y el
director de la Policía Nacional y ex comandante de la Guardia Nacional.
Si vamos a la campaña
electoral actual, tanto Trump como Biden se han referido a Venezuela y a cuál
sería su política al respecto; pero hay un punto álgido, actual, que no es
promesa sino realidad y que puede servir como test, como prueba de intención:
el Estatus de Protección Temporal (TPS) a los venezolanos; allí tendríamos que
decir que los demócratas han sido más proactivos que los republicanos, quienes
han bloqueado esa iniciativa en el Congreso; y al menos en el discurso, pues por
ahora no puede hacer otra cosa, Biden ha sido más incisivo y claro que Trump,
quien hasta el momento se ha negado a adoptar el TPS, pudiéndolo hacer mediante
una orden ejecutiva (lo cual no quiere decir que no lo vaya a hacer antes de
que finalice la campaña, al menos en Florida –¡ojala! –).
De manera que, cualquiera de
los dos que gane en noviembre, el tema Venezuela seguirá teniendo la misma
–poca en realidad– importancia relativa para los EEUU, pues sin duda alguna
perderá el “sabor electoral” que ahora tiene y seguirá en un segundo plano; con
eso y lo que está ocurriendo en Europa, particularmente en España –que marca la
pauta de Europa con relación a Venezuela– y la realidad que afecta a nuestros
vecinos de América Latina, imbuidos en sus propios problemas de pandemia, a
estas alturas ya deberíamos haber aprendido que nadie va a venir a sacarnos las
castañas del fuego, como dice el refrán castizo.
El apoyo internacional –sin
duda muy importante– es solo uno de los brazos de la tenaza o pinza, con la que
tenemos que aprisionar al régimen. El problema sigue siendo que el extremo de
la tenaza, el nuestro, el que tenemos que desarrollar internamente, pase lo que
pase en los EEUU, luce que está bastante flojo. Al menos por el momento.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
Estoy de acuerdo con esta opinión
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