Entre los enemigos del
derecho y herejes jurídicos
Por Roberto Hung Cavalieri
¿Qué es la ley? ¿Qué es el derecho? ¿Cómo se crea? ¿Cómo se implementa?
¿Qué importancia tiene?
Hoy tenemos mucha necesidad de hacernos esas preguntas, más importante aún, intentar responderlas genuinamente, no solo por la situación venezolana que atravesamos, o mejor dicho, padecemos, sino que ellas han estado presentes durante toda la historia de la humanidad, especialmente en momentos en los que pese se afirme que existe la ley, ésta es ineficaz e ineficiente, y que el problema es que no se cumple, por lo que entonces habrá de procurar elegir a aquellos que puedan hacerla cumplir; y que decir de aquellos casos en que la idea de ley y de derecho en su aplicación generan situaciones de graves de violaciones de los más elementales derechos.
La historia nos ha enseñado, desde tiempos antiguos hasta las más recientes y cercanas experiencias, que las tiranías sustentan y justifican su actuación, o más bien la racionalizan, afirmando que obran apegadas a la ley y al derecho, razón por la cual no es de extrañar que los despotismos, tanto para hacerse del poder como para permanecer en el mismo, además de garantizarse el control de la fuerza para subyugar cualquier disidencia, representada en las fuerzas armadas y cuerpos policiales, procurará hacerse del control político necesario para dictar normas, o al menos alguna cosa con apariencia de tal que pueda ser utilizada para esos fines; por eso, tampoco nos ha de extrañar que sean recurrentes las ofertas de procesos constituyentes, congresos y asambleas cuyos miembros dicten “leyes” que no tiene sino un mero efecto simbólico, lo que también suelen hacer mediante otras vías poco democráticas como las de emitir actos con pretendido contenido normativo sin seguir el debido proceso de formación de leyes, de espaldas a la racionalidad y razonabilidad como ha sido recientemente observado en actuaciones que se sustentan en la emergencia y excepcionalidad, sean estas, reales, fingidas o autogeneradas, situaciones que dan como resultado un absoluto vaciamiento de la idea de derecho, el cual pasa a ser no otra cosa que órdenes despóticas utilizadas como instrumento de abyección.
Si bien es de gran preocupación observar como la idea de derecho se ha vaciado de tal manera en que no solo aquellas personas que no tienen formación jurídica formal, -principalmente de aquellos que pretenden ejercer cargos en el legislativo- puedan indebidamente considerar “derecho” o “ley” cualquier orden proveniente de todo aquel que se erija o pretenda hacerlo como autoridad, la preocupación se agrava mucho más cuando “somos” aquellos que teniendo tal formación, ante la actual necesidad de recuperar la idea de derecho nos apartamos de la misma y del propio contenido de lo que es un Estado de derecho, que no es otra cosa que el sometimiento del poder al derecho y no lo contrario, principalmente a la constitución, la cual le impone sus límites ya que son los estados y principalmente el ejecutivo sus esencial obligado y no así los ciudadanos, situación ésta que nos recuerda como si hubiese sido proferida hace poco, la infame expresión de un déspota venezolano quién con el mayor cinismo y descaro afirmaba que la constitución no era otra cosa que un librito que servía para todo.
Los enemigos del derecho
Desde
la creación de ciudades comunales hasta la implementación de un “código
orgánico procesal civil” en la que los jueces decidirían el fondo de las causas
sometidas a su conocimiento apoyándose en la opinión de un “amigo comunitario
del tribunal” y otras tantas decenas más de “leyes” estarían siendo cocinadas
por estos “enemigos del derecho” que no solo están representados por personajes
que no solo carecen de cualquier vocación democrática, sino que su obrar es
completamente ajeno a las mínimas nociones de debido proceso legislativo o de
las más elementales prácticas de razonabilidad y racionalidad que habría de
preceder a la elaboración de cualquier norma, lo que abiertamente demuestra que
para esos “hostis” del estado de derecho la ley no es otra cosa que el dictar
órdenes con las que se instaure un proyecto político que desconoce las
libertades individuales.
Recuerdo que cuando escuché la primera vez del apreciado profesor y amigo Isaías Medina Felizola la expresión de “enemigos del derecho” en el contexto de un proyecto que sobre el tema llevamos en conjunto que próximamente será develado, me fue imposible dejar de recordar la expresión “enemigos del comercio” acuñada por el pensador español Antonio Escohotado para presentar sus estudios sobre la historia moral de la propiedad y como sus detractores intentan destrucción, y es que en cierta manera guardan gran similitud, ya que haciéndose uso de un lenguaje de supuesta procura de legalidad y apego a la voluntad popular elemento esencial de lo que debe considerarse una norma jurídica, el resultado como tantas veces se ha dicho, solo prácticas que dañan a la necesaria imagen y majestad que merece el derecho en nuestras sociedades, rebajando la noción de “ley” a órdenes publicadas en los medios oficiales de divulgación que son interpretados acomodaticiamente en forma de “guisos, trampas y zancadillas” propio de sociedades sumidas en prácticas cleptocráticas, que es lo que prácticamente se ha convertido gran parte de la aplicación del derecho.
Entre oscuros dogmas y
claras herejías, hágase la luz
No obstante el caso venezolano merece atención específica, no podemos obviar que la humanidad está transitando momentos y situaciones que nos obligan a repensar muchas ideas e instituciones, el derecho y la noción que tenemos de él no son la excepción.
Anteriormente
nos referíamos a enemigos jurados del derecho, quienes de manera directa,
intencional y hasta con saña arremeten contra el derecho, desde su creación
hasta su aplicación.
Ahora bien, creo no equivocarme que además de estos “hostis” contra el derecho y su actitud dolosa contra el estado de derecho, existen otros que bien por culpa, a veces grave, o por no manifestar la amistad, y diría de yo de hasta genuino amor por el derecho, a luchas por el derecho como nos invitaba von Ihering, pueden generarle igual grandes daños, más cuando se encuentra asediado por tantos perversos que desean destruirlo y hacer uso de su nombre para toda clase de tropelías.
Así como ocurriese en otros momentos de oscuridad de la historia de la humanidad, cuando la idea derecho formaba parte del mismo dogma del poder y era instrumento de opresión, cualquier manifestación de disidencia y pensamiento crítico podía ser considerada apostasía, herejía o blasfemia, quien osaba cuestionar los dogmas impuestos podía tener la casi absoluta certeza que por tales delitos y pecados se les seguiría un juicio inquisitorial en el que si bien se les seguiría un “debido proceso” y valoración de las probanzas correspondientes -según los cánones de la época- era casi seguro el mismo desenlace, la sentencia y su ejecución: la hoguera. “Juicios” como los de Anne du Bourg, Giordano Bruno y Jean Calas, entre otros merecen aquí ser recordados.
Creo no equivocarme mucho al atreverme afirmar, y en tal sentido a ello me arriesgo, que hoy en día los procesos judiciales como los conocemos -y más en condiciones de regímenes con poca vocación democrática-, no son muy distintos a los que en esos tan oscuros tiempos eran llevados a cabo; claro que en aspectos como la ejecución de sentencias algunas prácticas han cambiado, pero no así en muchas otras instituciones, no solo en el juicio penal, sino en temas de eminente orden privado, ese mismo que los despotismos desean exterminar porque le es incómodo. La prueba, su desarrollo y su valoración es uno de esos temas y del que podríamos discutir durante horas, pero para nadie es un secreto que incluso hoy existen ordalías muy similares a las que tuvieron que enfrentar tantos acusados de herejía y que luego sus opiniones fueron demostradas como ciertas.
Hoy nadie discute hechos como que la tierra gira alrededor del sol y que otros planetas hacen lo mismo, la ley de gravedad, que la que la asepsia previene infecciones y enfermedades, o que los continentes como hoy los conocemos conformaban una gran masa de tierra, el controversial supercontinente Pangea, temas éstos que su sola mención en esos días oscuros eran considerados una amenaza al poder político de la época y que darían inicio a los juicios a los impíos. Imaginemos que en un chasquido apareciéramos en la Europa del año 1600, ¿cuánto duraríamos alejados de la hoguera por nuestra vestimenta que tenemos o artilugios que portamos y utilizamos?
Desde
la Edad Media, luego el Renacimiento, la Modernidad, la Revolución industrial y
hasta hoy, todas las ciencias, las naturales y las sociales se han ido
adecuando a nuevos tiempos y nuevas realidades que han resultado demostradas y
que antes eran consideradas, y actualmente asumiendo lo que se denomina la era
de la transformación digital, algunas áreas más fácilmente que otras, sin
embargo se aprecia que las ciencias sociales, y más específicamente el derecho,
más que tímido pareciera declararse reticente y hasta contumaz a ello,
manteniendo e insistiendo en fórmulas que lejos de permitir y fomentar el
progreso social, lo encadenan y lastran, lo que genera un ambiente propicio
para regímenes con poca vocación democrática y los enemigos del derecho para
implementar su idea de ley que no es más que control opresivo justificados en
el orden y la seguridad jurídica, cuando la realidad es que las tecnologías de
hoy ofrecen calidad, seguridad y transparencia que jamás pensamos que existiría
y que recuperarían la idea de estado de derecho, esto es, el control del poder,
transparencia y responsabilidad de sus agentes, lo que claro le es incómodo.
Cuando nos referimos a derecho en la era de la transformación digital no solo ha de hacerse en cuanto a la relación con la tecnología que si bien es importante, debemos entenderla en cuanto a un muy necesario cambio de mentalidad frente a nociones como las propias fuentes del derecho en la que la ley deja de ser protagonista para que lo sea “el código” de programación, en la que el centro de atención dejan de serlo los estados y los abogados para par a serlo los ciudadanos, el ser humano, y en donde la resolución de eventuales conflictos pueda hacerlo el propio código o programa, los llamados “contratos inteligentes”, o mediante sistemas de justicia distribuida que utiliza algoritmos de teoría de juegos para la toma de decisiones.
Estamos en el año 21 del siglo XXI, no encontramos en la plenitud de la era de la transformación digital, del correo electrónico, el expediente digital, documentos y firmas electrónicas que son de uso corriente entre los ciudadanos en sus actividades privadas pero no así como deberían los poderes públicos, y en el caso de la administración de justicia en Venezuela consta que resulta completamente aplazada, pero estamos también en tiempos de la inteligencia artificial, sus algoritmos y redes neuronales, de Deep Blue, de Watson y de Ross, del machine learning y deep learning, de las redes distribuidas, cadena de bloques, computación en la nube, del Big Data y la ciencia de datos, de la realidad virtual y aumentada, de las fake news, deep fakes y estudios de agnotología, de los contratos inteligentes, las criptomonedas y toquenización de activos y hasta de obras de arte digitales mediante los denominados “NFT”, del crowdfunding and crowdlending, de las organizaciones autónomas descentralizadas o “DAO”, de la economía colaborativa, de la geolocalización, de los vehículos, buques, robots y armas autónomas, de las ciudades inteligentes, de la conexión 5G a Internet inalámbrica que permitirá descargar hasta 10 Gigas por segundo, de empresas privadas que llevan cohetes a Marte con fines de exploración para posterior colonización, solo por nombrar algunos de los no tan recientes avances, mientras que en Venezuela en un registro te piden tres carpetas marrón para registrar un acta de asamblea y tienes más de 6 meses en dicha misión –a menos que se proceda a la históricamente conocida coima- , en un tribunal que envíen un correo entre determinado horarios que luego debe imprimirse y consignar en físico en 15 días y tantas otras prácticas primitivas, tribales y bárbaras que habían sido superadas hace décadas.
No
es difícil comprender que en momentos como los actuales quien se atreva a
siquiera asomar temas como los mencionados ante la situación de propuestas de
reformas de “leyes” por parte de los
enemigos del derecho y Hostos de la sociedad será visto cuando menos como un
hereje, pero afortunadamente ya no existen las mismas hogueras, por lo que
ahora más que nunca debemos enfrentarnos a tantas imposiciones dogmáticas que
son las utilizadas por los déspotas para intentar justificar sus tropelías, y
si ser críticos al dogma, al poder, a la oscuridad, acarrea como consecuencia
el ser considerado herejes, pues que así sea, como siempre el tiempo no es que
nos dará la razón, es que verificará que las cosas eran de esa manera.
Cuando Gutenberg creó, o perfeccionó, la imprenta, no solo redujo el tiempo de elaboración de uno de los textos más importantes de la humanidad, la Biblia. También tuvo consecuencias mucho más importantes, la gente empezó a leerla por sí misma, a tener sus propias ideas, criterios y creencias, se encendió una luz, luego muchas luces, que son a las que le temen los enemigos del derecho y por eso es que ante la pretendida imposición de “leyes” que no son tales apoyándose en creencias dogmáticas, el conocer y comprender como la tecnología, hoy y siempre han sido instrumentos de libertad no pueden permanecer al margen de todos estos cambios que se están dando a nivel mundial y que tenemos el privilegio de ser partícipes.
Somos conscientes que algunos de los fenómenos que simplemente se enumeraran pueden resultar muy abstractos para quienes carecemos de educación en áreas científicas, pero es momento que la ciencia jurídica como muchas otras asuma la responsabilidad entrar en la era de la transformación digital y abandonar la posición de soberbia, vanidad y arrogancia que le caracteriza imponiéndose no el razonamiento sino por dogmas y criterios de autoridad.
Nuevamente
hemos de reiterar que afortunadamente no existen las mismas hogueras y
ordalías, pero tenemos las propias de este tiempo y lugar a las que pretende
llevarse como siempre a aquellos que osan ser críticos y contrariar la
autoridad, y es por ello, hoy más que nunca debemos hacerle frente a los
“enemigos del derecho” en la cancha de la racionalidad y la transparencia donde
nuestras armas más adecuadas son las que nos proporcionan las tecnologías que
permitan restablecer el estado de derecho.
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