Por Saúl Jiménez Beiza
La semana pasada fuimos
a visitar un barrio cercano a uno de los comedores que acompañamos. Siempre nos
llamaba la atención una fila de ranchos, casi a la orilla de una avenida. No lo
conocíamos, al adentrarnos en él llegamos a una primera casa para preguntar
cómo se llama el barrio y buscar conversación. Casualidad, era la casa de una
dirigente vecinal, se llama Abelina. Le manifestamos nuestro interés en conocer
el barrio; nos atendió amablemente, el barrio se llama Sagrado Corazón de
Jesús.
Luego, nos dijo que si
queríamos, recorriéramos el barrio y así veíamos la situación que están
pasando; que el barrio es una sola calle larga y sale a otra avenida. De esa
forma fuimos haciendo el recorrido y Abelina nos iba señalando cómo viven sin
ningún tipo de servicio público en casas de latón y madera que sufrieron daño
al caerse unas ramas de los árboles grandes y que destruyeron seis ranchos.
Abelina nos fue
indicando que Protección Civil fue el día domingo, cuando pasó la tormenta, y
solo ayudó a terminar de desarmar los ranchos y trasladar a las familias para
otros ranchos de habitantes del mismo barrio; cortaron unos árboles que estaban
en peligro de caer e informaron que no podían hacer más nada porque ellos no
tienen recursos. Si sucedía algo grave, que volvieran a llamarlos para ellos
regresar.
Caminando, llegamos al
primer rancho donde tenían refugiados a la familia Tiberio: mujer de 34 años
con seis hijos de entre 20 años y cinco meses de edad; su hija Anabella de 20
años con dos niños, uno de tres años y el último de seis meses. No viven
hombres en la casa y los vecinos están haciendo colectas para armar de nuevo su
rancho, porque donde los ubicaron es con una familia de seis personas.
Luego, llegamos al
rancho de otra dirigente vecinal, la señora Francia; otra persona muy amable y
agradecida por la visita que les estábamos realizando. Íbamos caminando y
hablando con Abelina sobre la situación del barrio y dice que este barrio tiene
13 años de fundado y que nunca han venido de algún organismo para ver sus necesidades.
Ellas participan del
Consejo Comunal, Comité CLAP, también en las misiones, Madres del Barrio,
además son milicianas, es decir, le sirven al gobierno. Les preguntaba si
hablaban de esta problemática con sus compañeros del gobierno para tratar de
que les metan los servicios al barrio y puedan mejorar sus condiciones de vida
y no tengan que estar cargando agua a varios metros de su casa. Su respuesta
fue que no se interesan y señalan que no hay dinero para esas obras. Cuentan
con electricidad porque ellos mismos se trajeron una conducción eléctrica y
colocaron un transformador y por eso es que tienen el servicio, sus necesidades
fisiológicas las realizan en el patio de sus casas.
Así llegamos a la casa
de Gladys, una joven mujer de 26 años con cinco niños a cuestas, el mayor de 13
años; otra de 11, uno de cinco años, dos años y la última de 11 días de nacida.
Madre sin pareja que, además, comparte el rancho con su mamá que sufre de
epilepsia y con una hermana con dos niños, de cuatro y un año. A ese rancho se
le voló el techo y entre varios vecinos lo recuperaron y lo colocaron de nuevo.
Al preguntar si los
niños van a la escuela, un 40% señala que no, porque no tienen cuadernos para
hacer sus tareas y con el covid-19 las tareas las envían por celulares y ellos
no cuentan con ese equipo.
La otra alternativa es
entregar esas tareas escolares por escrito y no tienen hojas para llevarlas a
las maestras, es decir, que se continuará con la línea de pobreza de sus padres
y que no saldrán de ese círculo vicioso de la pobreza extrema que no les
permite su desarrollo integral; y sin un gobierno que tenga políticas acordes
para sacar a estar familias de la pobreza extrema, que no es solo por no tener
qué comer sino que no cuentan con los servicios básicos. No tienen viviendas
adecuadas ni acceso a la educación, sin servicio asistencial a pesar de tener
un CDI a 400 metros, pero que no cuenta con los insumos médicos necesarios para
los habitantes del barrio.
Ver todos estos cuadros
en un país petrolero, minero, con una de las mayores reservas de agua del mundo
es, por lo menos, decepcionante. Quizás, por una parte no exista la disposición
política nacional para hacerlo, por otro lado los gobiernos intermedios
funcionan como un cascaron vacío.
Es indudable que somos
las organizaciones de la sociedad civil las que con los pocos recursos que
conseguimos y los apoyos que logramos las que podemos apuntalar el trabajo en
estas comunidades para levantar la moral a sus habitantes, para que ellos
puedan ir avanzando en la búsqueda de su propio desarrollo con el
apalancamiento que se logre realizar desde afuera.
Fuimos a llevarles
algunas sábanas, cobijas, zapatos, pañaleras para los bebés; algo de comida,
mientras se consigue el apoyo de algún otro organismo al cual le hemos escrito.
En esa entrega
empezamos a conversar sobre la forma de organizar el barrio y que se pueda
hablar de huertos familiares que les permitan producir algunos productos de la
dieta diaria, ver perspectivas de emprendimientos y de esa forma impulsar un mínimo
de desarrollo, porque las respuestas deben ser desde aquí y desde el ahora. No
creo que se tenga que esperar que las condiciones del país cambien para poder
trabajar dentro de estas comunidades.
Saúl Jiménez es
presidente de la asociación civil Casa del Nuevo Pueblo-Carabobo/CESAP.
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