La búsqueda y la muerte de los
partidos.
La semana pasada al comentar
el triunfo de Gustavo Petro en Colombia, analicé los argumentos de quienes
explican el resurgimiento del populismo en América Latina como una consecuencia
de la “muerte de las ideologías” −que puede ser cierta o no− y, sobre todo,
agregué yo, por la “muerte de los partidos políticos tradicionales”, algo a lo
que todos hemos venido contribuyendo en los últimos 40 años; veamos ahora un
poco más a fondo que es lo que denomino la muerte de los partidos políticos y
las críticas que se hacen a los partidos políticos tradicionales, que es el
punto que quiero destacar.
Los partidos tradicionales.
Por partidos tradicionales voy
a entender esos partidos que se desarrollaron desde finales del siglo XIX y
durante todo el siglo XX, identificados con las grandes ideas, doctrinas
políticas e ideologías clásicas (socialistas, comunistas, fascistas, liberales,
etc.) y que hoy −sin duda alguna y casi en todas partes− están en grave crisis,
abandonados por un pueblo, que ya no los sigue, y huérfanos de liderazgo.
Este es un tema delicado.
Siempre he defendido a los partidos de la aguda e inmisericorde campaña
antipolítica, descerrajada contra ellos desde mediados de los años 70 del
pasado siglo; pero cuando defiendo a los partidos y señalo que son el elemento
esencial para el desarrollo de la democracia, no necesariamente me refiero a
los partidos que hoy en día tenemos.
Sin saber a ciencia cierta qué
es lo que están haciendo internamente por renovarse y aun dándoles el beneficio
de la duda, no puedo dejar de reconocer las críticas que se les hacen, y debo
lamentar que la mayoría de ellos no han dado muestras de haber llevado a fondo
sus procesos internos de renovación para superarlas, algo que nos vienen
ofreciendo desde principios de la década de los 90 del siglo pasado, cuando ya
era evidente su declive y la pérdida de su influencia sobre el país.
La crítica a los partidos.
Es inevitable tener que
lamentar y admitir que los partidos, muchos de ellos, se han ido convirtiendo
en un cascaron vacío de ideología; son hoy expresiones decadentes de lo que
fueron en su pasado glorioso, hoy de escaso arrastre social, con muy poca
participación popular en sus filas y que se activan tan solo en momentos de
procesos electorales, en los que desarrollan costosas campañas publicitarias,
para las que necesitan cuantiosos recursos económicos, ahora escasos en
Venezuela para esta actividad, desde que fueron despojados por la Constitución
de 1999, cuando se los privó de los recursos del Estado y se les hizo más
dependientes del financiamiento privado. Al acudir a esas fuentes privadas de
financiamiento, los que triunfan en comicios regionales y locales, suelen
quedar tan comprometidos financieramente con los grupos que los financiaron, que
tienen poca o ninguna independencia para llevar adelante sus programas e
ideales propios; queda comprometida su independencia y se convierten fácilmente
en rehenes e instrumentos de quienes los financiaron.
Muchos de sus líderes, antes
asiduos a micrófonos de radio y cámaras de televisión, se han convertido ahora
en “líderes de redes sociales”, que pululan alrededor de las mismas, a la caza
de seguidores y “likes” y en casi todos ellos, al parecer, su inspiración
programática son las encuestas de opinión y sus dueños o asesores, a los que
siguen como si tratara de verdaderos oráculos.
Ante ese vacío u orfandad
política que se ha creado, el pueblo ha iniciado una búsqueda que no siempre lo
ha llevado a las mejores opciones. No es nada extraño que en toda América
Latina, los sectores populares, masivamente, hayan dejado de seguir las
opciones políticas tradicionales y los que no se marginan de la política y los
procesos electorales, se inclinan por esas “figuras mesiánicas”, salidas de la
nada, que cabalgan la ola de la antipolítica y el “neo populismo” y que van
triunfando país tras país, en donde las instituciones se van derrumbando a su
paso, como castillos de barajitas, y las que no lo hacen espontáneamente, son
demolidas en cuanto llegan al poder esos nuevos demiurgos de la destrucción
política.
Nuevos caudillos y populismo.
El pueblo ha descartado, por
toda América Latina −probablemente con la única excepción de Argentina, donde
el peronismo sigue rampante e inmutable después de 80 años− a los partidos
tradicionales y se han inclinado por llevar al poder a los “nuevos” caudillos
que se le ofrecen; en algunos casos son líderes que rompieron con sus orígenes
y se lanzaron a buscar el apoyo electoral en opciones fuera de sus partidos
tradicionales, como el caso de Rafael Caldera en Venezuela en 1993; en otros
casos, hartos de la falta de respuestas, viendo pasar a su lado la riqueza sin
que nada o muy poco les toque, van buscando opciones de izquierda o populistas
de derecha, entre quienes no han ejercido el poder con anterioridad, sin
preocuparles las tendencias políticas, ni los viejos parámetros de izquierda o
derecha, les basta con que tenga para ellos un mensaje y representen una
ruptura con el orden tradicional y sus partidos más representativos, que no
resolvieron sus problemas. En el fondo, piensan, tiene poco que perder el que
nada tiene.
La búsqueda no ha sido fácil
ni lineal, hay desvíos, avances y retrocesos, pero de esa manera llegaron al
poder, para hablar de los más recientes, los Jair Bolsonaro, Gabriel Boric,
Nayib Bukele, Pedro Castillo, Xiomara Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo
Morales, Lopez Obrador, Luis Arce, Lula da Silva, Nicolás Maduro, Pepe Mujica,
Daniel Ortega, Dilma Rousseff, hasta Álvaro Uribe pertenece a esa estirpe y
ahora la última novedad, Gustavo Petro en Colombia.
Explicaciones al populismo.
En ninguno de los casos,
repito, en ninguno, donde han triunfado las opciones “extremas”, producto de la “búsqueda”, muchas veces
“pendular”, esos gobiernos han funcionado; al principio, algunos indicadores de
pobreza mejoran, temporalmente, al igual que algunos indicadores de crecimiento
económico, mejoría social, mejoría en materia educativa, en algunos casos de
salud y en menor medida de distribución de la riqueza, usualmente mediante
dádivas, pero los problemas no se han resuelto, por el contrario, al final han
empeorado y el país se sume en un período de inestabilidad y caos que empeora
aún más la situación. En los sectores democráticos, que no son capaces de
generar una respuesta estable, comienzan las auto recriminaciones y
justificaciones, toda esa monserga de: “nadie aprende en cabeza ajena”, “es
falta de educación”, “es ignorancia” y demás lamentaciones que no conducen a
nada, en vez de evaluar y reconocer porque no son capaces de dar una respuesta
creíble para el pueblo; solo se polariza más la situación y hace que se aleje o
postergue la salida al problema.
Vienen entonces las soluciones
y explicaciones mágicas, como esa de los nuevos “libertarios/as”: “el problema
es que no se lucha por la libertad”, “no se combate el autoritarismo”, conceptos
totalmente abstractos, para élites intelectuales, pero que poco le deben decir
a la gente sumida en su miseria cotidiana, por más que sea cierto que los
líderes que el pueblo selecciona en su “búsqueda” lo primero que hacen es
acabar con el sistema de libertades públicas y devienen en gobiernos
autoritarios, cuando no en dictaduras abiertas.
Conclusión.
La salida es, sin duda, la tan
postergada renovación profunda del liderazgo y de los partidos, que nos están
debiendo desde principios de los años 90 del pasado siglo; renovación interna
que los lleve a identificarse con los problemas cotidianos de la gente y
ofrecerles alternativas, dentro de una economía abierta, de mercado, para
resolver los problemas de miseria e inequidad, para acabar con la exclusión.
¿No hay capacidad de construir una opción que demuestre a la gente que se
conocen sus problemas y se tiene una alternativa para solucionarlos? ¿Es que no
hay propuestas para eso desde la perspectiva de la democracia y la economía de
mercado? ¿O es que lo que no hay es liderazgo capaz para articular esa
propuesta y plantearla sin demagogia? Acuciantes preguntas que están en la base
de la solución.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
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