Integración
de Partidos y Sociedad Civil
Ismael
Pérez Vigil
Hace algún tiempo comenté
diversos aspectos de la sociedad civil y los partidos políticos: las
diferencias en objetivos entre ambos, las diferencias en el liderazgo de unos y
otros, las diferencias en las formas de organización, etc. Pero quedó pendiente
el tema de las lecciones aprendidas en estos veintitrés años para lograr la
integración de estos dos actores, para enfrentar la situación política del
país.
Crisis de los partidos.
Es hoy un lugar común hablar
de la crisis que viven los partidos políticos, la política en general, que ha
llevado a que una gran parte de la población se muestre indiferente y rechace
la actividad partidista y muy en especial a la actividad electoral. Esta
circunstancia no se puede atribuir a una única causa, sino a una mezcla de
ellas y me atrevería a describir varias, sin pronunciarme por cual es la más
importante, ni pretender afirmar que las que voy a mencionar son todas las que
se deben considerar.
Por un lado, a los partidos se
les critica que fueron apartándose de sus objetivos, doctrina, principios
ideológicos y los fueron reemplazando por vacías promesas populistas,
interpretando lo que suponían que el pueblo quería escuchar, pero olvidando su
papel de conductores y orientadores; se les señala que dejaron de renovar su
liderazgo; que se fueron anquilosando en el gobierno y convirtiéndose en meras
maquinarias electorales para mantener el poder; que en el desempeño del
gobierno fueron perdiendo eficacia para resolver los problemas de la población
y que se fueron deteriorando en el poder, en algunos casos por involucrarse en
procesos de corrupción. Críticas fuertes, no siempre justas, al menos para
todos los partidos.
Del otro lado a la sociedad,
también se critica el dejar de lado su responsabilidad e interés por controlar
a los partidos y al gobierno; los ciudadanos, se señala, se fueron alejando
cada vez más de los partidos y de la actividad política, para dedicarse más a
su familia, a la actividad académica, a hacer dinero a través de su actividad
profesional, de negocios −a veces con el propio gobierno− o a través de sus
empresas y cuando se vinieron a dar cuenta, los partidos y los políticos ya
estaban totalmente “de su cuenta”, sin control social y sólo quedó entonces,
para comenzar a rectificar y enderezar entuertos, desatar un despiadado proceso
de crítica, que no buscaba renovarlos o corregir errores y defectos, sino
reemplazarlos o simplemente acabar con ellos.
Eso dejó el campo fértil para
todo tipo de oportunistas; para que demagogos populistas −como Hugo Chávez
Frías− se montaran sobre ese proceso de crítica a los partidos y se adueñarán
del poder; una vez en él, continuarían un proceso sistemático de destrucción de
los partidos, para el que encontraron poca o ninguna resistencia, más bien el
apoyo de una parte importante de la población que había perdido toda su fe en
los partidos y en la política y por otro lado, se encontraron con unos partidos
mediatizados, con poca solidez doctrinaria, sin renovación de su liderazgo y
con poca o ninguna formación ideológica en su militancia. La tarea de
destrucción era fácil
Surge un nuevo actor.
El Gobierno de Chávez Frías se
inició montado y continuando el ataque y críticas a los partidos políticos, recogiendo
y usufructuando los más de treinta años previos de diatribas contra ellos, no
siempre justificadas. Ese intento de eliminar a los partidos cristalizó en la
Constitución Bolivariana de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y
expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, hoy
sabemos que erróneamente, que esto era un comienzo de liberación y depuración
para los partidos, cuando en realidad al quitarles el financiamiento público se
les dejaba en manos de grupos económicos que pudieran o puedan financiarlos y
de cuya influencia se pretendía liberarlos. Se les hizo más dependientes a los
de la oposición y se favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son
los únicos que pueden contar con los recursos del Estado, como hemos visto
hasta la saciedad en estos veintitrés años.
Pero esa estratagema falló,
los partidos no fueron aniquilados y surgió un actor con el que nadie −muchos
menos Hugo Chávez Frías− contaba: el ciudadano y la sociedad civil, que
desarrollaron y adquirieron en estos veintitrés años una experiencia política,
invalorable, para la sociedad civil y que también sirve para sacar importantes
lecciones, al menos en lo que a la organización política partidista concierne.
Historia del nuevo proceso.
Al principio de la
instauración del régimen, parecía que asistimos a la sepultura de los partidos
tradicionales y al surgimiento y reflorecimiento de “nuevas” organizaciones. En
los viejos partidos, se critica, se habían enquistado algunas “elites” que, habiendo
dejado de lado ideales doctrinarios, se habían adueñado de esas organizaciones,
mediatizado y apartado sus ideales de lucha. Algunos continúan allí, como dice
un amigo, como la nata sobre la leche, que siempre sale a flote por más que se
revuelva. De esa debacle no se salvó, prácticamente ningún partido, ni siquiera
la vieja Izquierda insurreccional. Y tanto a los partidos, llamémoslos
históricos, como a los nuevos partidos, los surgidos en años recientes, el
régimen se ha encargado de intentar aniquilarlos −por suerte sin éxito
completo−, persiguiendo a sus lideres y dirigentes, inhabilitándolos y
últimamente, utilizando al TSJ para desmantelarlos y entregar sus
organizaciones, colores, locales y símbolos a algunos personajes surgidos de
ellos, pero afectos a las políticas del régimen o dispuestos a seguirle el
juego de destrucción de la oposición.
Partidos de inspiración
militar.
Presenciamos también el
surgimiento, efímero, en Venezuela, de lo que se llegó a pensar que sería un
nuevo tipo de organización de corte cívico-militar (MBR200 y MVR). Estos
“nuevos” partidos, inspirados en las ideas del sociólogo argentino Norberto
Ceresole, se basaban en un liderazgo de tipo caudillista, con una ideología de
“eficiencia militarista” y que parecían llamados a heredar las consignas y
estrategias de los partidos de masas de principios del siglo pasado,
fuertemente apoyados en prácticas populistas. Se nutrieron de la clientela
política que fue abandonando a los partidos tradicionales, de la cual un día
también se nutrieron algunos partidos y fenómenos electorales, surgidos entre
los años 60 y 90 del pasado siglo, que no viene al caso mencionar.
Sin embargo, esas
organizaciones no cristalizaron. El MBR200 no llego nunca a adquirir una forma
pública y el MVR, devenido en PSUV, se ha quedado en una mera maquinaria
electoral, que depende del carisma de su caudillo principal, usualmente el
presidente de la república. Ni siquiera ha podido generar una élite dirigente
destacada, diferente a aquella que surgió en 1992 y que acompañaría a Chávez
Frías en su aventura electoral de 1998 y años subsiguientes en la instauración
del oprobioso socialismo del siglo XXI. No podía ser de otra forma, pues su
propio líder creador, Chávez Frías, y quienes lo sucedieron, se encargaron de
destruirlos, de mutilarles el alma, al designar a dedo sus autoridades internas
y sus candidatos. El resultado es que el régimen actual no se apoya en el PSUV
para gobernar, sino en la FFAA.
Las nuevas opciones.
De esta lucha por la
sobrevivencia y por ganar nuevamente el favor del electorado de manera
democrática, han ido surgiendo −y esperamos surjan más− algunas nuevas
opciones, nuevos partidos, de inspiración ideológica −Social Demócrata,
Demócrata Cristiana y Socialista−, partidos con doctrina; y aunque varios
presenten algunos de los vicios del pasado, le tocará a los grupos sanos y
jóvenes de esas organizaciones renovarlos y darles nuevo contenido para que,
remozados y reconvertidos, pervivan como elemento indispensable, que lo son, de
la vida democrática.
Constituye el reto de los
partidos y de sus lideres del momento, descifrar este crucigrama y armar este
rompecabezas e integrar a un ciudadano, que no quiere alejarse más de la
política, de lo público, pero que no se les puede seguir atrayendo con viejas
consignas de partidos de masas, leninistas, o sacarlos de su ambiente inmediato
de trabajo y de vida para intentar que “participen” en ambientes extraños a su
cotidianeidad. Para dar respuesta a este “ciudadano movilizado” necesitamos
nuevos esquemas de organización política, más cónsonos con la realidad que
vivimos, menos centralizados, más interactivos.
Sabemos que esto no es fácil,
pero hay algunos ensayos importantes y exitosos. Se trata de ver como aplicamos
algunas de las lecciones que pudo haber aprendido esa sociedad civil, ese
ciudadano incorporado a la política −incluso los mismos partidos−, con esquemas
organizativos diferentes, propios de su actividad en otras áreas o de su
aprendizaje de la experiencia internacional a la que hayan podido tener acceso.
Hacia un nuevo modelo
organizativo.
Resumiendo lo que ya he dicho
en ocasiones anteriores −disculpen los que ya lo han leído− vemos la tendencia
en muchos países de apuntar hacia un esquema de partidos u organizaciones
políticas, diferentes a los que tenemos actualmente, lo que hemos llamado los
partidos históricos y los nuevos, pero inspirados en ese modelo. Hoy en día
tenemos que hablar de tendencias que apuntan a organizaciones que se basan en núcleos,
muy activos, de militantes o dirigentes y una enorme periferia que se activa y
desactiva de acuerdo con circunstancias concretas y en ambientes específicos,
en la mayoría de las ocasiones convocados y organizados por medio de las redes
sociales. La clave es no sacar al ciudadano de su “ambiente” natural de trabajo
y vida en el cual se desenvuelve. De esta forma, los individuos, los
ciudadanos, se mantienen activos y ligados a la globalidad, pero desde su
propio medio local, parcial y limitado, el cual conocen a la perfección; se
organizan rápidamente en función de actividades específicas, muchas veces en
forma de “enjambre” y regresan rápidamente a sus actividades cotidianas.
Es la organización que
corresponde a un mundo globalizado −aunque a algunos les produce alergia esta
palabra−; donde la globalización es un dato, una realidad tecnológica, la forma
en que se organiza la producción a nivel mundial y no simplemente una opción
económica. Se trata entonces de resolver la paradoja organizativa de los
últimos años: antes se nos decía, que pensáramos globalmente y que actuáramos
localmente; ahora el reto es pensar localmente y actuar globalmente. ¿Estarán
nuestros partidos políticos en capacidad de darnos esa respuesta organizativa?
¿Estarán los ciudadanos en capacidad de comprender esa convocatoria y ese
papel? Esa es la gran duda que tendremos que resolver en la práctica.
Ética en los partidos.
Hace algún tiempo, en varios
artículos, analicé la necesidad de construir una organización moderna −como la
ya descrita en párrafos anteriores−, popular, poli clasista, o donde el tema de
“clases” no sea un problema, que se plantee claramente la toma del poder sobre
la base de un programa explícito, y un compromiso personal y colectivo con ese
programa. Desde el punto de vista organizativo, la organización partidista que
se forme debe estar basada en postulados éticos, que como mínimo contengan: la
transparencia en el actuar y en las funciones de gestión pública; la correcta
separación entre los legítimos fines privados del político, los fines del
partido y los fines del Estado; la conciencia, en el político, de que su
función pública, es una función educativa.
Establecidos estos puntos
-éticos- fundamentales, y las formas organizativas descritas, es válido que nos
plateemos otros principios: ¿Cómo hacemos para que nuestro programa, en forma
de mensaje, llegue a las grandes mayorías del país? ¿Cómo hacemos para que el
pueblo entienda que nuestro mensaje es el suyo y que el desarrollo capitalista
que queremos para el país, es lo mejor para él? Ese es nuestro verdadero reto.
El programa, al menos sus aspiraciones globales están claras, definidas, en las
varias versiones, parciales y completas, del llamado Plan País. El problema
ahora es como hacemos que llegue a todos los venezolanos y como lo convertimos
en postulados compartidos y en ideales de lucha común. Ese sigue siendo un tema
para la reflexión.
Conclusión.
Insisto, para finalizar, en lo
que ya he señalado en oportunidades anteriores, que la tarea del político y la
política, entre otras cosas, es educar acerca de cómo vivir en democracia,
particularmente, en la importancia de formar lideres con un sentido ético y
crear partidos u organizaciones políticas alejadas de prácticas poco
trasparentes y poco democráticas; crear organizaciones políticas en donde no se
favorezcan conductas proselitistas, como las que eran comunes en nuestro
quehacer partidista y son la conducta habitual de los que apoyan a este
régimen, para ganar el favor popular. Las tareas concretas a realizar,
obviamente no son materia de un artículo como este.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
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