Por Ismael Pérez Vigil, Politólogo.
26 de enero de 2018
La dictadura ha desplegado su estrategia y convocado a elecciones presidenciales, en marzo o abril próximos. Ya la dictadura no tiene escrúpulo en descubrir su juego, busca forzar la barra, a costa incluso del rechazo y aislamiento internacional. Aparentemente no les importa o es parte de su estrategia de “huir hacia adelante”. Saben que unas elecciones con las condiciones que solicitan la oposición y la comunidad internacional: limpias, imparciales, creíbles, transparentes, las tienen perdidas, por lo tanto, no dudan en darle un palo a la lámpara. Para los capitostes del régimen hay mucho en juego, nada menos que el poder y dejar de disfrutar de los privilegios y riquezas que ahora disfrutan y en algunos casos, la libertad.
La oposición está en un momento de total reflujo, dividida y enfrentada internamente de una manera muy amarga, tras un año de duras derrotas. Sufrimos dos derrotas electorales al hilo, en las cuales una buena parte de la oposición decidió no participar, pero sin plantear ninguna estrategia alternativa, efectiva; nadie ha podido explicar o proponer que había que hacer tras cruzarse de brazos en las elecciones de gobernadores y alcaldes, en las cuales se entregó el poder local a la dictadura. De los radicales abstencionistas no hemos visto ni una protesta, ni una manifestación, ni una acción de calle, nada. Solo estériles discusiones internas, burlas e insultos entre quienes planteamos la participación y quienes promovieron la abstención pasiva.
Las elecciones presidenciales lucen como una realidad indetenible. Sin duda los partidos de la dictadura y probablemente varios de la oposición, participarán, porque la oposición, que no es una fuerza única y homogénea, no le ha sido posible tener una estrategia común. Y del otro lado de la moneda, los electores, una parte de ese tercio del país que ha venido apoyando al régimen, votará; también lo harán una parte de los simpatizantes de la oposición que siguen las indicaciones de los partidos y grupos de electores.
De todas maneras, si la oposición decide no participar, como lo hizo en las elecciones de alcaldes, el CNE y la dictadura se las arreglarán para que “aparezcan” de la nada diez o doce millones de votos por Nicolás Maduro, quien será electo para un nuevo periodo de seis años. De poco servirá el rechazo de Almagro, del Grupo de Lima, de Alemania, Colombia, México, Chile y los Estados Unidos; y aunque se sume la UE poco efecto tendrá, de poco ha servido que desconocieran la Asamblea Nacional Constituyente −con la que la dictadura “se paga y se da el vuelto”− o se hicieran eco de las denuncias de fraude en los últimos procesos electorales. Como ejemplo podemos citar el sonoro fracaso de la propuesta de Almagro de sancionar a Venezuela en la OEA, donde la dictadura igualmente le dio una patada a la mesa retirándose de esa organización.
De manera que, a pesar de que, en términos generales, en la población se nota una gran tendencia a la abstención, producto de la inercia tradicional, la decepción y la frustración, habrá “participación” electoral, que la dictadura y el CNE se encargarán de “inflar” apropiadamente para legitimar el proceso. Y aunque nadie lo legitime, incluida la comunidad internacional, por lo ya visto poco importa, mientras la dictadura tenga la fuerza física y militar y la falta de escrúpulos para mantenerse en el poder.
A lo que nos enfrentamos, al no participar, no es solo a una derrota electoral, que tenemos pintada en el rostro, sino a algo peor, llegar allí haciendo gala de nuestra desnudez política, de la falta de criterios o de la abundancia de ellos, pero sin coherencia, sin una estrategia compartida. Algunos de los embates más fuertes que sufrió la oposición organizada no vinieron del oficialismo, sino de sus propias filas. La siembra de desánimo se inició entre quienes se suponen que comparten una misma causa: rescatar la democracia.
Situación compleja la que vivimos. Como bien dice Leonardo Padrón en su último artículo −Calle Ciega, la Ventana, 25 de enero− enfrentamos un agudo e irresoluble dilema: “Si votamos perdemos por trampa. Si no votamos perdemos por ausencia”. Y de poco servirá que la llamada Comunidad Internacional se vaya pronunciando en contra del proceso electoral convocado. A Almagro, el Grupo de Lima, Estados Unidos, Alemania, Chile, Colombia y México y seguirán otros y se sumará seguramente la UE. ¿Y qué más? ¿Qué otra cosa esta dispuesta a hacer la Comunidad Internacional? Porque el resultado será, aunque no legitima, una prolongación “legal” de la dictadura por seis años más, que a todos afectará, pero especialmente a los venezolanos que nos encontramos dentro de las fronteras del país, en un país que se deshilacha y no garantiza la subsistencia ni la vida.
Quien suscribe va a votar, porque creo que no se defiende el derecho al voto sin votar; la abstención no tiene para mi sentido sino forma parte de una política general, global y en este caso unitaria, en la que participe la mayoría de la población y quien no participe, que por lo menos pueda entenderla y no tenga argumentos para contradecirla.
Las “razones” que tengo para ir a votar no son nada nuevo, todas esas que ya todos conocen; pero no me engancho más en esa discusión de “votar o abstenerse”, porque en este tema no hay “razonamiento” que valga, cada quien tiene sus posiciones tomadas y aparentemente, hasta ahora, inamovibles. Quizás por esta irracionalidad es que estamos como estamos.
Tengo claro, sin embargo, que en este momento mi voto será poco más que un gesto; pero un gesto plenamente cívico, consciente, militante, que le dirá al régimen autoritario que nos rige que tendrá que hacer trampa, robar ese voto. Será también un mensaje a esa Comunidad Internacional que nos contempla y dicta pautas morales desde la distancia en nombre de sus gobiernos; y a toda la oposición, pues se nos pasará factura por la falta de unidad.
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