Por Ismael Pérez Vigil
Ahora a todos nos parece obvio lo que
no fuimos capaces de anticipar, la derrota de Macri en Argentina, los
disturbios en Ecuador, la revuelta en Chile, el cuestionamiento al “triunfo” de
Evo Morales en Bolivia, y otras convulsiones sociales más en otras latitudes.
Siempre es más fácil entender todo después de que sucede y surgen todo tipo de datos
y cifras que nos muestran que “estaba a la vista” lo que nadie veía.
En realidad, yo no quiero caer en
complejas –para mí– interpretaciones sociológicas, incluso después de ocurridos
los eventos, cuando todo se ve más claro, aunque nadie logre entenderlo muy
bien ni, como he dicho, anticiparlo. Pretendo solo reflexionar y de manera
tangencial, con relación a lo ocurrido, por ejemplo, en Ecuador y en Chile, y
la relación que algunos establecen con el régimen de Venezuela.
Muchos ya han explicado las razones y
causas para los estallidos en Ecuador y Chile. Para mí se destaca que en
Ecuador hay una gran organización y presencia del movimiento popular e
indigenista que se vio detrás de la protesta; y en Chile, muchos atribuyen los
acontecimientos a la profundidad de las desigualdades sociales, a pesar del
crecimiento y la riqueza innegable del país como un todo. Hay razones objetivas
y particulares en cada uno de estos países, que son diferentes, a pesar de las
similitudes, pues todo estallido y la violencia que provoca, son siempre
iguales. Mas allá de cual haya sido el detonante, en este caso atribuido al
alza de los pasajes de metro, aunque la combustión inicial pudo ser espontánea
o por efecto demostración de lo ocurrido en otra parte, entre las causas no se
pueden desestimar o descartar la actuación de algunas agrupaciones de extrema
izquierda, oportunistas y locales, pescando en rio revuelto. O la mano oscura
de la izquierda del continente y de algunas organizaciones políticas
ideológicamente cercanas al Foro de Sao Paulo, al Grupo de Puebla y a los
regímenes de Cuba y Venezuela. Pero eso hay que matizarlo.
Que estos regímenes tengan la mano
agitando en esas procelosas aguas y sean los responsables absolutos de lo
ocurrido me parece un simplismo que tiene más de mito y fantasía que de
realidad. Tampoco voy a cometer el dislate de negar la participación de
movimientos radicales de izquierda inspirados en el Foro de Sao Paulo en los
acontecimientos en América latina; pero culpar al Foro de Sao Paolo y al Grupo
de Puebla, que son unas entelequias, que no tienen una organización real,
existente, actuante, es un salto en la explicación que yo no daría, pues sería
atribuir a estos “entes” una racionalidad, recursos y coordinación, que dudo
mucho que tengan. Sin duda alguna los “protagonistas” de los hechos se habrán
“inspirado” en las ideas y soflamas de estos entes, y sin duda también detrás
de todo lo que ocurre en Latinoamérica están las mismas fuerzas oscuras,
ideológicamente hablando, pero no es igual producir panfletos y documentos
señalando planes y estrategias incendiarias, que organizar las revueltas
populares. El papel aguanta más que la realidad.
Sin embargo, no me cabe duda que al
menos el régimen de Venezuela va a tratar de hacernos pensar que ellos tienen
un omnímodo poder para intervenir de esa manera en otros países. Eso cuadra muy
bien con su conocida estrategia de intimidación y de recuperar “imagen” en el
escenario internacional, que hoy tiene como socialismo fracasado y violador de
los derechos humanos. De manera que alguien que no es capaz de ganar unas
elecciones sin hacer trampa, que necesita que la fuerza armada lo sostenga en
el poder, que no es capaz de tomar ninguna medida contra la inflación, que no
puede resolver ni uno solo de los problemas del país –ni siquiera proveer de
bombonitas de gas a los venezolanos para que puedan cocinar–, ¿se le va a
atribuir la demiúrgica capacidad de hacer tambalear los gobiernos de otros
países?, no parece creíble. Ganas de tener ese “poder” de agitación no le
faltan a la dictadura venezolana, pero capacidad es lo que dudo que tengan,
aunque traten de sacarle partido político con declaraciones y bravatas, de las
que rápidamente reculan y se retractan en cuanto surgen reacciones o siente el
temor a las represalias.
Hasta pareciera que es una maniobra,
un tanto suicida, de parte de la dictadura venezolana, eso de insistir en su
capacidad de agitar políticamente a los vecinos, hasta desestabilizarlos, pues
es dar argumentos y poner en bandeja la justificación para la posibilidad de
sanciones internacionales más severas y hasta una potencial intervención; este
episodio de hacerse “propaganda” con los disturbios en Chile y Ecuador, u otros
países, les puede salir más costoso que la evidente “propaganda” que se hizo y
están haciendo con el tema de los DDHH en la ONU. De allí que el usurpador del
poder en Venezuela haga malos chistes sobre su participación en los
acontecimientos y que desee vivamente que le crean, para que se piense que
quien no tiene el más mínimo poder y capacidad de resolver nada en su país, si
la tiene para intervenir y convulsionar al mundo.
En esa tarea de tratar de atribuirse
alguna “gloria”, que no la tiene, con lo que ocurre en otros países, el régimen
cuenta con el “apoyo” –espero que involuntario– de un sector de la población y
de la oposición, que siempre “ven” la mano de la dictadura y el mítico Foro de
Sao Paulo, en todo lo que ocurre en el subcontinente, y algunos más allá. Desde
luego no dudo de la mala intención de los integrantes del fatídico Foro, o del
regocijo de los regímenes de Cuba y Venezuela con lo que está ocurriendo, de
las ganas de intervenir en los procesos políticos de todos los países y hasta
de alguna participación –justamente por ello es que espere hasta hoy para referirme
al tema– pero ciertamente dudo que el referido Foro tenga hoy la capacidad y
los recursos para hacerlo, de la manera masiva como se presentaron los hechos;
entre otras cosas porque los recursos para esas actividades en el pasado
siempre fueron aportadas por el gobierno socialista de Venezuela y hoy no está
muy boyante de recursos.
Sin desestimar las “conspiraciones
internacionales” de la izquierda radical, del Foro de Sao Paulo, del Grupo de
Puebla o de los regímenes dictatoriales de Cuba y Venezuela, apoyados por el
narcotráfico, o de identificar los grupos radicales de izquierda como actores
inmediatos, podría ser más útil investigar en las causas profundas de este
contagio de convulsiones y estallidos que se producen en algunas partes del
mundo. Averigüemos porqué nuestros pueblos son caldo de cultivo fácil para los
Chávez, los Correa, los López Obrador, los Ortega, los Kirchner, los Fernández,
u otros demagogos de turno, que se aprovechan de las circunstancia concretas de
nuestros países, de los disturbios que generan radicales y terroristas, de los
problemas que enfrentamos y no podemos resolver y con ofertas populistas captan
el favor y los votos de nuestros conciudadanos, para profundizar más los
problemas y terminar de llevar a la ruina y la desolación a nuestros países.
Hay demasiados interrogantes y muy
profundos como para que los despachemos simplemente con una teoría conspirativa
que tiene como protagonista a una izquierda vetusta, desadaptada y frustrante,
por más que los integrantes del Foro de Sao Paulo o Grupo de Puebla tengan, o
quieran tener, su mano metida en eso. Vayamos a la comprensión de las causas
más profundas y seguramente allí encontraremos el camino para una solución.
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