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domingo, 17 de enero de 2021

Emprender en cooperativismo por @oscarbastidas25

Por Oscar Bastidas Delgado

Las organizaciones son constituidas para enfrentar situaciones o realizar los sueños de sus fundadores. Son ellos quienes les diseñan el modelo organizacional o de negocio a partir de los potenciales productos o servicios.

Los fundadores les precisan la tecnología y el proceso productivo, fijan los perfiles del personal, determinan las fuentes financieras, establecen sus primeros lineamientos estratégicos: valores ↔ misión/visión ↔ objetivos estratégicos, aprueban las herramientas de gestión y las contables, seleccionan la forma jurídica, redactan el estatuto, suman los potenciales socios o asociados, realizan la asamblea constitutiva como punto inicial de la real puesta en marcha y, a partir de allí, les constituyen redes humanas de colaboradores, proveedores, clientes, comunidades y otras organizaciones necesarias para su buen funcionamiento.

El proceso emprendedor no queda allí. Los primeros valores organizacionales son los aportados por los fundadores, quienes también aportan pretensiones no plasmadas en el dúo misión/visión, referidas a lo que desean para ellos mismos, sus familias, el país y las generaciones de relevo.

Son pretensiones no formales, ocultas, si se quiere, por no estar escritas y visibles en los documentos, que en numerosas ocasiones adquieren mayor peso que las formales.

El involucrarse en estos aspectos acrecienta en los fundadores los sentidos de propiedad y de pertenencia, ambos hacen que vean la organización como hija propia, la cuiden y conduzcan bajo el precepto legal del buen padre, preocupándose incluso por las generaciones de relevo.

Lo descrito señala las dos fases claves de la puesta en marcha de cualquier organización: 1.- Concepto en cuanto al diseño organizacional, actividad propia del emprendimiento y 2.- Direccionalidad en cuanto al “hacia dónde dirigirla”, actividad propia de la dirección y la gerencia.

Desarrollar ambas fases es tarea de los emprendedores –quienes tienen el poder para hacerlo– o fuerza fundante, suerte de poder que les concede un savoir faire especial de la empresa y el colocar los rieles que la enrutarán hacia el éxito y hasta su resiliencia, en caso de crisis.

Con el tiempo, por nuevas situaciones y relaciones e ingreso de colaboradores, la fuerza fundante inicial se diluye y hasta desaparece, siendo sustituida por otra que asumirá oportunamente el poder de la organización.

Cuando por compra o intromisiones externas, como estatizaciones, intervenciones o tomas, la fuerza fundante desaparece y con ella se van los coordinadores de las redes humanas señaladas, surge el riesgo de cierre.

El proceso descrito es válido en cualquier emprendimiento personal o colectivo, sea para constituir una organización de capital o una de economía social. Las diferencias fundamentales estarán en si se busca generar ganancias o enfrentar problemas comunes; en si el foco de acción está en generar lucro, apropiarse de valores generados por otros o en si se centra en las personas afectadas por el problema a enfrentar o el sueño a realizar-

Por supuesto, también habrá diferencias entre ambas modalidades en cuanto a los valores organizacionales, pues de ellos dependerán los comportamientos de sus socios o asociados con la organización y sus relacionados, con el resto de la sociedad y el ambiente.

No olvidar que la ética es la sinergia de valores y principios de una persona u organización ni que de ella depende su responsabilidad social.

Definidos estos aspectos, tomemos la ruta del emprendimiento asociativo propio de una organización de la economía social (OES), tomando como referencia las cooperativas.

El doble arraigo de ellas en lo local, por la doble condición de asociación —empresa que poseen, su propiedad colectiva y procesos democráticos de control y gestión con condiciones para la autogestión; sus procesos de intercooperación e integración con otras organizaciones sin fines de lucro para trascender de lo local al resto de la sociedad— hacen de ese modelo la mejor referencia para enfrentar problemas colectivos con amplios impactos y economías de escala, particularmente aquellos que emergen de crisis y situaciones como la actual pandemia.

Según la Alianza Cooperativa Internacional (ACI), ese modelo es versátil y flexible, único con unidad de propósitos e identidad definida y reconocida internacionalmente. Permite desarrollar cualquier actividad social y económica con ventajas competitivas hasta para la resiliencia, como lo demostraron al emerger prácticamente sin daños de la crisis del 2008.

Con cooperativas se puede realizar prácticamente cualquier actividad humana en el planeta, menos explotar y esclavizar personas.

¡Atención con el modelo!, si bien tan útil puede ser una cooperativa pequeña o una grande, colocarla en un pedestal y creer per se que es la panacea, sin ver los valores de quienes la impulsan y sus contextos de acción, es un grave error.

¡Atención también con el mito de lo solidario! La solidaridad no se impone por leyes ni decretos, hay que construirla. ¿Por qué denominar solidaria una organización que no construye ese valor?

Además: ¿solidaridad con respecto a qué? ¿Con respecto a combatir la pobreza? ¿A superar desigualdades? ¿A enfrentar monopolios? ¿Con respecto a qué? Ella no se construye en abstracto, debe tener objetivos concretos. Es preferible reconocer su inexistencia, a creer que existe y cruzar los brazos.

Finalmente, no se justifica que las cooperativas y, en general cualquier OES, tengan pies de barro en cuanto a valores y procesos, tampoco que sean complacientes y copien actitudes capitalistas o vivan a expensas de lo público, como numerosas lo hacen.

Obvio, tampoco se justifican las falsas, muchas de ellas constituidas por funcionarios públicos inescrupulosos en connivencia con familiares y amigos para repartir ganancias.

Las cooperativas, con base en su ética deben ser reales herramientas de transformaciones socioeconómicas en todos sus espacios.

oscarbastidasdelgado@gmail.com

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