Por Oscar Bastidas Delgado
Las organizaciones son
constituidas para enfrentar situaciones o realizar los sueños de sus
fundadores. Son ellos quienes les diseñan el modelo organizacional o de negocio
a partir de los potenciales productos o servicios, les precisan la tecnología y
el proceso productivo, fijan los perfiles del personal, determinan las fuentes
financieras, establecen sus primeros lineamientos estratégicos: valores
(misión, visión), objetivos; aprueban las herramientas de gestión y las
contables, seleccionan la forma jurídica, redactan el estatuto, suman los
potenciales socios o asociados; realizan la asamblea constitutiva como punto
inicial de la real puesta en marcha y, a partir de allí, les constituyen redes
humanas de colaboradores, proveedores, clientes, comunidades y otras
organizaciones necesarias para su buen funcionamiento.
Pero el proceso
emprendedor no queda allí. Los primeros valores organizacionales son los
aportados por los fundadores quienes también aportan pretensiones no plasmadas
en el dúo misión/visión referidas a lo que desean para ellos mismos, sus
familias, el país y las generaciones de relevo. Son pretensiones no formales,
ocultas si se quiere, por no estar escritas y visibles en los documentos, que
en numerosas ocasiones adquieren mayor peso que las formales.
El involucrarse en
estos aspectos acrecienta en los fundadores los sentidos de propiedad y de
pertenencia, ambos hacen que vean la organización como hija propia, la cuiden y
conduzcan bajo el precepto legal del buen padre, preocupándose incluso por las
generaciones de relevo.
Lo descrito señala las
dos fases claves de la puesta en marcha de cualquier organización: 1.- Concepto
en cuanto al diseño organizacional, actividad propia del emprendimiento, y 2.-
Direccionalidad en cuanto al «hacia dónde dirigirla», actividad propia de la
dirección y la gerencia. Desarrollar ambas fases es tarea de los emprendedores
—quienes tienen el poder para hacerlo— o fuerza fundante, suerte de poder que
les concede un savoir faire especial de la empresa y el colocar los
rieles que la enrutarán hacia el éxito y hasta su resiliencia, en caso de
crisis.
Con el tiempo, por
nuevas situaciones y relaciones e ingreso de colaboradores, la fuerza fundante
inicial se diluye y hasta desaparece, siendo sustituida por otra que asumirá
oportunamente el poder de la organización. Cuando por compra o intromisiones
externas —como estatizaciones, intervenciones o tomas— la fuerza fundante
desaparece y con ella se van los coordinadores de las redes humanas señaladas,
surge el riesgo de cierre.
El proceso descrito es
válido en cualquier emprendimiento personal o colectivo, sea para constituir
una organización de capital o una de economía social.
Las diferencias
fundamentales estarán en si se busca generar ganancias, o enfrentar problemas
comunes; en si el foco de acción está en generar lucro, apropiarse de valores
generados por otros, o en si se centra en las personas afectadas por el
problema a enfrentar o el sueño a realizar y, por supuesto, también habrá
diferencias entre ambas modalidades en cuanto a los valores organizacionales,
pues de ellos dependerán los comportamientos de sus socios o asociados con la
organización y sus relacionados, con el resto de la sociedad y el ambiente. No
olvidar que la ética es la sinergia de valores y principios de una persona u
organización y que de ella depende su Responsabilidad Social.
Definidos estos
aspectos, tomemos la ruta del emprendimiento asociativo propio de una
organización de la economía social (OES), tomando como referencia las
cooperativas. El doble arraigo de ellas en lo local por la doble condición de
asociación–empresa que poseen; su propiedad colectiva y procesos democráticos
de control y gestión con condiciones para la autogestión; y sus procesos de
interoperación e integración con otras organizaciones sin fines de lucro para
trascender de lo local al resto de la sociedad, hacen de ese modelo la mejor
referencia para enfrentar problemas colectivos con amplios impactos y economías
de escala, particularmente aquellos que emergen de crisis y situaciones como la
actual pandemia.
Según la Alianza
Cooperativa Internacional (ACI), ese modelo es versátil y flexible,
único con unidad de propósitos e identidad definida y reconocida
internacionalmente, que permite desarrollar cualquier actividad social y
económica con ventajas competitivas hasta para la resiliencia como lo
demostraron al emerger prácticamente sin daños de la crisis del 2008.
Con cooperativas se
puede realizar prácticamente cualquier actividad humana en el planeta, menos
explotar y esclavizar personas.
¡Atención con el
modelo! Si bien tan útil puede ser una cooperativa pequeña o una grande,
colocarlas en un pedestal y creer per se que son la panacea, sin ver
los valores de quienes las impulsan y sus contextos de acción, es un grave
error. ¡Atención también con el mito de lo solidario!, la solidaridad no se
impone por leyes ni decretos, hay que construirla, ¿por qué denominar solidaria
a una organización que no construye ese valor?
Además: ¿solidaridad
con respecto a qué?, ¿con respecto a combatir la pobreza?, ¿a superar
desigualdades?, ¿a enfrentar monopolios?, ¿con respecto a qué? Ella no se
construye en abstracto, debe tener objetivos concretos; es preferible reconocer
su inexistencia a creer que existe y cruzar los brazos.
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