Ismael
Pérez Vigil
Politólogo
24 de
agosto de 2018
Las
medidas, como tal, no pretendo analizarlas; sobre eso ya ha habido muchos
análisis de economistas y expertos con los que no pretendo competir. Aparte de
que, hasta el momento de escribir estas líneas, es todavía muy poco lo que se
conoce de las mismas, pues muchas continúan en el aire y aún no se sabe cómo
serán implementadas.
Apenas se
ha ratificado –verbalmente– el incremento del salario mínimo y las pensiones,
pero aún no se publican en gaceta, donde si se publicó el incremento del IVA,
se anunció el incremento de la Unidad Tributaria, se fijó unilateralmente un
listado de precios de 25 productos, también publicado en Gaceta, y se han
realizado un par de subastas DICOM, con montos muy exiguos. Por lo que no es
difícil suponer –además de por la falta de credibilidad en el régimen y en su
incapacidad administrativa y gerencial– que este “ajuste” está llamado a
fracasar, a incrementar la hiperinflación y sumir a la economía en un caos
mayor que en el que ahora se encuentra.
En todo
caso, me interesa más el análisis de algunos elementos más políticos, alrededor
de la situación creada por las medidas económicas.
Lo
primero, ojo, es que no subestimemos el impacto político de las medidas; no
hagamos lecturas precipitadas de la realidad. La mayoría de la población no ve
el “paquete” y sus consecuencias. El árbol no los deja ver el bosque. Para una
inmensa cantidad de venezolanos, el aumento de salarios que se anunció genera
enormes expectativas. Basta conversar en la calle con personas de bajos
ingresos, que son millones en el país, y nos encontraremos con la sorpresa de
que dicen: “…ahora como que sí vamos a ver luz…”.
Para mucha
gente humilde, pensionados, perceptores de salario mínimo, –y repito, son
millones en el país– un aumento salarial como el anunciado significa un
rayo de esperanza; dado el sentido práctico del necesitado, que solo ve el pan
para hoy, nadie ve el hambre para mañana; la gente en la calle se queda en esa
cifra, no hace los complicados cálculos que hacemos los analistas políticos y
económicos, que vemos quiebres de empresas, despidos, desempleo masivo, más
inflación, etc.; ellos, los más humildes, vulnerables y desprotegidos, esperan
recibir ese aumento –y muchos lo recibirán– aunque después se convierta en sal
y agua, tras los aumentos de precios e hiperinflación que vendrá; pero eso será
después, de momento, sienten o piensan que tienen más dinero en el bolsillo; ya
no es solo un monto con lo que no podían comprar ni un cartón de huevos o
apenas alcanzaba para un kilo de arroz, ahora son “cientos" de millones.
Por lo tanto, no hagamos una lectura equivocada o será a nosotros a quienes las
medidas nos exploten en la cara.
Pero lo más lamentable es la situación política que vive la oposición;
desde que concluyó la cadena y el anuncio de las medidas el pasado viernes —que
no fue un hecho casual— a través de videos, audios y todo tipo de mensajes, la
rabia que tenemos la descargamos contra nosotros mismos. Los peores insultos,
los más agresivos, que he escuchado y leído no han sido contra la dictadura,
sino contra dirigentes de oposición y partidos (desde luego de la MUD, que
sigue siendo el blanco favorito) o contra la Asamblea Nacional, porque no
toma acciones que no son de su competencia y para las cuales no tiene
facultades.
Esto no es nuevo; lo vivimos en los años 80 y 90 del pasado siglo,
cuando las posiciones de antipolítica y anti partidos nos trajeron de la mano
–por estas calles– a Chávez Frías; así que ahora solo actuamos en consecuencia
y vamos a arrasar con lo que queda de institucionalidad partidista. Es curioso
que todos, por nuestra tradición cristiana, hablamos del cambio personal, del
cambio interior, etc. pero a nadie se le ocurre que a lo mejor eso es lo que
hay que hacer también en política, involucrarnos activamente en la actividad o
en los partidos, para hacer que cambien desde adentro. No, es más fácil
disparar desde la cintura –a través de redes sociales, por la prensa, en
programas radiales de opinión– y acabar con todo, arrasando con la credibilidad
de partidos, dirigentes, ideas y esperanzas de futuro.
Tenemos que rescatar, reemprender la batalla de la educación política
del pueblo venezolano, que es una tarea primordial de los partidos políticos;
pero los partidos están diezmados, han perdido “capas” completas de dirigentes
que se han ido como exilados o se han visto forzados a vivir afuera,
algunos están presos o perseguidos; los partidos no tienen recursos para
mantenerlos, no tienen gobernaciones, ni alcaldías –donde emplearlos o donde
demostrar de que son capaces–, les quedan pocos concejales y los que les
quedan, probablemente los perderán ahora, debido a las poco reflexivas
políticas de no participación en procesos electorales.
Con la anti política, no queda títere con cabeza, el que la asoma, le
dan; y no la dictadura, ésta solo la remata; los mismos opositores
nos estamos encargando de destruirnos unos a otros. Ahora algunos ven por allí
a una heroína, pero en la medida que pasa el tiempo y no ocurra lo que ella
dice desde hace un par de años, que: “Maduro sale ¡Ya!, que ¡falta poco!”,
arremeterán también contra ella, porque la rabia y la irracionalidad no tienen
límites, cosa que sabe el régimen y se encarga muy bien de estimularla,
administrarla y exacerbarla.
Verdaderamente estamos en nuestra hora más oscura. ¿Cuándo nos
atreveremos a encender una nueva luz, confiar, creer y continuar la lucha
por restablecer la democracia? Esperemos que pronto.
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