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domingo, 23 de diciembre de 2018

Ya viene el 24, pero no quiero que llegue





Por Ing. Norberto Bausson, 22/12/2018

Ya viene, pero no quiero que llegue. No quiero por ellos, por esos que caminan con zapatos rotos y comen recortado. No quiero porque muchos no podrán poner su arbolito ni comer en la cena acompañados de su gente, su familia.

En la Venezuela bonita y querendona la llegada del mes de diciembre era un sinónimo de alegría sin paralelo. Las familias esperaban con ansias aquellos días para en un alarde de eficiente desempeño (hasta el más flojo se movía) preparar las tumultuosas reuniones en alguna casa de la familia.
Diciembre y el gusanillo de la navidad gestaba por doquier alegría y unión. No había distancia insalvable: de Caracas a Maracaibo, de Barquisimeto para Barlovento, de Valencia para los Andes o a donde fuera; por avión, carro, autobús o cola el venezolano la encontraba para pasar la navidad con los suyos, para reencontrarse con la familia y echarse palos, jugar la partida de domino o la caimanera de fin de año.

Rapidito llegaba el 24 de diciembre y tras un par de días de mucho atareo, rumbas, reuniones y ratones, uno procedía a echarse un baño y ponerse una pinta para la cena navideña, aquella del 24 con la familia en la que no faltaba la hallaca, el pernil, pan de jamón y la ensalada de gallina. Eso con un brindis sencillito con una botellita de Cerecer o de Caroreña.

Esa noche seguro se rascaba alguno o se dormía en una acera pero el cariño de la familia lo sacaba rapidito de eso y al otro día estaba en la pelea. Era la recompensa de todo el año de trabajo, era el momento cúspide donde las lágrimas afloraban para demostrarle a alguno que lo apreciabas o adorabas. Esa noche se obedecía al sentimiento familiar, era el que mandaba, era el más importante.

Por eso no quiero que llegue. No quiero que la mesa casi vacía me haga voltear para el suelo o para el cielo. No quiero que me manden besos por Skype y me digan que es igualito. No quiero imaginarme al caminante maltrecho mirando y oyendo la algarabía ajena que no lo invita. No quiero pensar en el solitario que se duerme para no llorar la ausencia de la mesa tan bonita; no soporto imaginar al desterrado, limpio, contando las monedas para comprarle algo a su ser amado.

que este 24 los venezolanos, estén donde estén, alzaran una copa de vidrio o un vaso de plástico, con vino o con agua y van a decir: patria amada desde aquí brindo por ti y rezo porque se acabe esta pesadilla. Y que son tan fuertes y patriotas que habrá pocas lágrimas y mucho entusiasmo, mucha esperanza de volver a la tierra que los vio nacer.

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