Por Enrique Alí González
Durante mucho tiempo se
utilizó la dicotomía ciudad/campo, para señalar dos posibilidades históricas de
los asentamientos humanos. Luego, con el desarrollo de las teorías sociales,
urbanísticas y regionales, se llegó al consenso entre los principales teóricos
de aceptar que la realidad de los asentamientos se realiza a través de un continuum,
sin rupturas drásticas sino variaciones graduales, casi medibles como un
gradiente de campo. En ese continuum, los polos de los mismos asomarían
una presencia de lo rural/campo o urbano/ciudad, muy cercanos a lo que serían
sus tipos ideales.
Ese continuum rural-urbano
o campo-ciudad se encontraba con el problema no resuelto de cómo ubicar a la
naturaleza. Desde la vieja pretensión insostenible de que la misma estaba representada
en lo rural y, por lo tanto, el continuum era implícitamente
entendido como el de la naturaleza/rural por un lado y lo social/urbano en el
otro extremo; hasta que finalmente se asume que la naturaleza-natural es el
polo de otro continuum, cuyo otro polo es el espacio construido por el
hombre y es en este donde se da el otro continuum eminentemente
social; de rural/campo-urbano/ciudad.
Obviando la
naturaleza-natural, por razones de espacio, nos centraremos en el continuum generado
dentro del espacio socialmente construido por el hombre:
rural/campo-urbano/ciudad. Pero hay que realizar acotaciones históricas, de
manera tal que luzca racional hablar de este continuum.
Desde que el hombre
comenzó a ser bípedo (hará 4.200.000 años), la posibilidad de dividir el
espacio socialmente construido por el hombre en el continuum campo-ciudad
solo es posible concebir su existencia a partir del Neolítico (es decir, apenas
hace 10 u 11.000 años), con la aparición de la agricultura a gran escala, que
genera excedente suficiente para aumentar la demografía humana y su
concentración en ciudades, con un aparato estatal que administra la nueva
situación.
Es desde hace tan pocos
milenios que podemos encontrar dos de las categorías centrales para explicar la
ocupación espacial humana: campo-ciudad. Por supuesto que la diversidad de
estos polos es sumamente diversa y que por las razones específicas de este
artículo, los 454 años de nuestra Caracas, bastará decir que nos sentimos
herederos de la razón urbana romana implantada en España y luego exportada a
América.
Esa razón urbana, ya no
solo romana sino europea, y teorizada con mucha fuerza disruptiva en la
modernidad heredera de la Ilustración y del Iluminismo, se convertirá en uno de
los nichos favoritos para el pensamiento negativo, surgido densamente en el
siglo XIX a partir de la izquierda hegeliana y del movimiento utopista
expresado en el buen salvaje de Rousseau; en la oposición al maquinismo; en la
proposición de desmantelar el Estado por parte de las corrientes anarquistas y
que alcanzará un alto grado de condensación en la crítica global, encarnada por
Marx, planteando no solo la necesidad de un cambio civilizacional sino una
nueva cosmovisión, cuya consecuencia inevitable será convertirse en una de las
principales religiones ateas, inmanentes, universalista y salvacionista del
siglo XX, luego de haber llegado al poder en cerca de un tercio del mundo.
Será así —desde la fe
marxista— planteada la necesidad de una nueva relación entre campo-ciudad, en
la cual se aminore o cese paulatinamente la transferencia de valor del capital
menos denso presente en el campo, al capital cada vez más orgánico de la ciudad,
cimentado en la mayor acumulación técnica de sus fuerzas productivas.
Habrá proposiciones
variadas de cómo enfrentar esa desigualdad y son muy recordadas las
discrepancias irreconciliables que llevaron a la ruptura entre la URSS y la
China, modelos opuestos en cuanto a la intensificación de la tecnología versus
la intensificación del uso de la mano de obra y todo lo que se deriva de la
misma, en cuanto —entre otras cosas— a la distribución de la población en el
campo.
Uno de los herederos de
la manera china de ver el problema –que pronto se convirtió en la manera
asiática de encarar el asunto– a diferencia de la manera europea –prontamente
llamada occidental– será Pol Pot y los Jemeres Rojos en Camboya.
Pol Pot asumirá la
crítica más radical posible a la «civilización capitalista occidental»,
propugnará la destrucción de la ciudad, la desaparición del dinero, la
obligatoriedad de vivir en el campo [i]
Ecos de esa manera de
destruir a las ciudades se hacen sentir en el actual régimen, quien hizo suyas
las ideas de Pol Pot a través de ese pensamiento fabricante de miserias,
producido por el PRV de Bravo, Prada y Kléber Ramírez (el creador del concepto
fetiche de V República), Grupo Garibaldi (Jorge Giordani), Adán y Hugo Chávez.
Como es posible ver a
simple vista, el avance en la destrucción de las ciudades venezolanas, como
Caracas y Maracaibo, se ha hecho a paso de arruinadores.
[i] .-Habría que ver si
el término Campo pudiera seguir siendo utilizado en esa ecuación polpotiana,
pues si se destruye la ciudad ya no hay continuum con un polo llamado
campo. Para esa utopía habría que utilizar como marco teórico de la ocupación
social del espacio etapas previas al Neolítico, como el Mesolítico o el
Paleolítico.
enagor@gmail.com
Enrique Alí González es profesor
titular de la UCV, UCAB. Dr. CSoc, filósofo, teólogo, sociólogol, coordinador
de la Cátedra de Pensamiento Latinoamericano UCV/1990-2010. Ciscuve.
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