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domingo, 4 de julio de 2021

La desurbanización: cuando Pol Pot canta el «Alma llanera» por @ENAGOR

Por Enrique Alí González

Durante mucho tiempo se utilizó la dicotomía ciudad/campo, para señalar dos posibilidades históricas de los asentamientos humanos. Luego, con el desarrollo de las teorías sociales, urbanísticas y regionales, se llegó al consenso entre los principales teóricos de aceptar que la realidad de los asentamientos se realiza a través de un continuum, sin rupturas drásticas sino variaciones graduales, casi medibles como un gradiente de campo. En ese continuum, los polos de los mismos asomarían una presencia de lo rural/campo o urbano/ciudad, muy cercanos a lo que serían sus tipos ideales.

Ese continuum rural-urbano o campo-ciudad se encontraba con el problema no resuelto de cómo ubicar a la naturaleza. Desde la vieja pretensión insostenible de que la misma estaba representada en lo rural y, por lo tanto, el continuum era implícitamente entendido como el de la naturaleza/rural por un lado y lo social/urbano en el otro extremo; hasta que finalmente se asume que la naturaleza-natural es el polo de otro continuum, cuyo otro polo es el espacio construido por el hombre y es en este donde se da el otro continuum eminentemente social; de rural/campo-urbano/ciudad.

Obviando la naturaleza-natural, por razones de espacio, nos centraremos en el continuum generado dentro del espacio socialmente construido por el hombre: rural/campo-urbano/ciudad. Pero hay que realizar acotaciones históricas, de manera tal que luzca racional hablar de este continuum.

Desde que el hombre comenzó a ser bípedo (hará 4.200.000 años), la posibilidad de dividir el espacio socialmente construido por el hombre en el continuum campo-ciudad solo es posible concebir su existencia a partir del Neolítico (es decir, apenas hace 10 u 11.000 años), con la aparición de la agricultura a gran escala, que genera excedente suficiente para aumentar la demografía humana y su concentración en ciudades, con un aparato estatal que administra la nueva situación.

Es desde hace tan pocos milenios que podemos encontrar dos de las categorías centrales para explicar la ocupación espacial humana: campo-ciudad. Por supuesto que la diversidad de estos polos es sumamente diversa y que por las razones específicas de este artículo, los 454 años de nuestra Caracas, bastará decir que nos sentimos herederos de la razón urbana romana implantada en España y luego exportada a América.

Esa razón urbana, ya no solo romana sino europea, y teorizada con mucha fuerza disruptiva en la modernidad heredera de la Ilustración y del Iluminismo, se convertirá en uno de los nichos favoritos para el pensamiento negativo, surgido densamente en el siglo XIX a partir de la izquierda hegeliana y del movimiento utopista expresado en el buen salvaje de Rousseau; en la oposición al maquinismo; en la proposición de desmantelar el Estado por parte de las corrientes anarquistas y que alcanzará un alto grado de condensación en la crítica global, encarnada por Marx, planteando no solo la necesidad de un cambio civilizacional sino una nueva cosmovisión, cuya consecuencia inevitable será convertirse en una de las principales religiones ateas, inmanentes, universalista y salvacionista del siglo XX, luego de haber llegado al poder en cerca de un tercio del mundo.

Será así —desde la fe marxista— planteada la necesidad de una nueva relación entre campo-ciudad, en la cual se aminore o cese paulatinamente la transferencia de valor del capital menos denso presente en el campo, al capital cada vez más orgánico de la ciudad, cimentado en la mayor acumulación técnica de sus fuerzas productivas.

Habrá proposiciones variadas de cómo enfrentar esa desigualdad y son muy recordadas las discrepancias irreconciliables que llevaron a la ruptura entre la URSS y la China, modelos opuestos en cuanto a la intensificación de la tecnología versus la intensificación del uso de la mano de obra y todo lo que se deriva de la misma, en cuanto —entre otras cosas— a la distribución de la población en el campo.

Uno de los herederos de la manera china de ver el problema –que pronto se convirtió en la manera asiática de encarar el asunto– a diferencia de la manera europea –prontamente llamada occidental– será Pol Pot y los Jemeres Rojos en Camboya.

Pol Pot asumirá la crítica más radical posible a la «civilización capitalista occidental», propugnará la destrucción de la ciudad, la desaparición del dinero, la obligatoriedad de vivir en el campo [i]

Ecos de esa manera de destruir a las ciudades se hacen sentir en el actual régimen, quien hizo suyas las ideas de Pol Pot a través de ese pensamiento fabricante de miserias, producido por el PRV de Bravo, Prada y Kléber Ramírez (el creador del concepto fetiche de V República), Grupo Garibaldi (Jorge Giordani), Adán y Hugo Chávez.

Como es posible ver a simple vista, el avance en la destrucción de las ciudades venezolanas, como Caracas y Maracaibo, se ha hecho a paso de arruinadores.

[i] .-Habría que ver si el término Campo pudiera seguir siendo utilizado en esa ecuación polpotiana, pues si se destruye la ciudad ya no hay continuum con un polo llamado campo. Para esa utopía habría que utilizar como marco teórico de la ocupación social del espacio etapas previas al Neolítico, como el Mesolítico o el Paleolítico.

enagor@gmail.com

Enrique Alí González es profesor titular de la UCV, UCAB. Dr. CSoc, filósofo, teólogo, sociólogol, coordinador de la Cátedra de Pensamiento Latinoamericano UCV/1990-2010. Ciscuve.

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