Negociación,
Elecciones y Críticos
Ismael Pérez Vigil
7
de agosto de 2021. La próxima semana se activan dos eventos políticos que
seguramente agriarán aún más la discusión en el seno de la oposición: Se abre
el proceso de inscripción de candidatos para las elecciones regionales, sin que
la oposición mayoritaria −la representada por Juan Guido y el llamado G4− haya
decidido si participará o no; y se dará un primer contacto en México entre los
representantes del régimen y de la oposición, con la mediación o participación
de Noruega.
En
materia de negociación, al menos, finalmente dejaremos el mundo de las
conjeturas, de lo posible, el oscuro terreno de la incertidumbre. Pero eso
desatará una nueva oleada de críticas y comentarios entre los que se oponen a
esta situación y los que estamos a favor de la misma. Los que se oponen se
afincarán en su absoluta creencia de que se aproxima una nueva “traición”,
“cohabitación”, “entrega”, de lo que llaman la oposición “falsa”, “oficial”,
“entreguista”. Es inevitable que esto ocurra, como son inevitables las
respuestas, con igual ácido, de los que favorecemos estas opciones.
No
es ninguna sorpresa los análisis e interpretaciones de una buena cantidad de
asesores, consultores y analistas sobre lo que ocurre en el país; sobre todo si
observan desde la distancia −y no me refiero solo a la distancia física− porque
desde la distancia, piensan, todo se ve distinto, mejor, más nítido, sobre todo
los errores que comete la oposición; y si es la llamada “oposición oficial”,
todavía más claro se ven los errores.
Las
opiniones en contra o a favor de la participación electoral y de la
negociación, al final de todo, oscilan entre argumentos de eficacia política y
argumentos que podemos llamar de “principios” o “morales”. Pudiéramos seguir
hasta el infinito, contraponiendo argumentos, que en definitiva no convencen a
nadie, pues todos estamos cómodos en nuestra burbuja, en nuestro mundo de
pensamientos y no queremos salir de allí. Eso es perfectamente humano,
razonamos. Por lo tanto, más que referirme a los argumentos en contra, me
referiré a algunas conclusiones preliminares a las que he llegado.
Con
respecto a ambos temas, mi primer comentario es constatar, humildemente, que en
el ya reducido mundo de los que tenemos alguna preocupación acerca de ambos, el
grupo de los consultores, asesores, “opinadores” o los llamados “influyentes”,
aunque debatimos duramente entre nosotros, somos un grupo realmente reducido. A
estas alturas −yo, al menos− no estoy muy seguro de si nuestras opiniones
llegan a alguna parte, sí tienen algún eco o si alguien las tiene en cuenta
para tomar sus decisiones de acción política, que en definitiva es lo que
cuenta.
Mi
segunda consideración es que, en materia de negociación, tal parece que el
régimen no es tan fuerte como parece o que la oposición no está tan debilitada;
si el régimen fuera tan fuerte, ¿Por qué accedería a negociar? Con intensificar
la represión y mantener la fuerza, que sin duda la tiene, le bastaría, no
necesita hacer concesiones a un rival considerablemente más débil. Pero lo que
no cabe duda es que esa fortaleza opositora o la “debilidad” del régimen que lo
lleva a la mesa de negociación, descansa en la presión que ejerce la llamada
“comunidad internacional”, de manera directa o mediante las sanciones
económicas. Nacionalmente la oposición, como un todo, sigue en deuda con la
presión interna que debe desplegar, en favor de cualquier opción: participar o
abstenerse, negociar o no hacerlo.
También
se argumenta que lo del régimen no es más que un “truco” para ganar tiempo y
ver sí, de paso, le levantan algunas sanciones internacionales. Pero, para mí,
el régimen, en realidad, tiene todo el tiempo que necesita, no hay premura,
nadie lo está desalojando del poder de manera perentoria y, además, a pesar de
las sanciones, ha logrado también manejarse para “sobrevivir”.
Mi
tercer comentario tiene que ver con la incapacidad de los críticos, incluidos
los supuestos líderes políticos que se oponen a participar electoralmente y a
las negociaciones, en convencer a la población de la justicia o valor de sus
propuestas. Son clásicos los análisis buenos, lógicos, eruditos, documentados;
pero que dejan el problema en carne viva: si, como dicen, el gobierno,
dictadura o régimen, es de la naturaleza que ellos describen, ¿cómo negociar
con ellos?, pareciera claro que eso no es posible. Y surgen entonces dos
alternativas, pero que nunca las dicen: una, que no hay que oponerse, no hay
que hacer nada; o dos, que hay que buscar una especie de fuerza policial que se
ocupe del régimen; pero, nunca dicen, ni proponen cual es esa fuerza policía y
donde puede estar disponible.
Mi
último comentario es que el liderazgo político, opositor, sea el ligado a Juan
Guaidó y el llamado G4, o el que se denomina o autodenomina “radical”, ambos,
están en deuda con el país en ofrecer una alternativa que signifique algo, que
nucleé, le dé esperanza y objetivo al sector opositor del país, al que se
considera mayoritario en todas las encuestas. Ese “¿Qué hacer?” no se puede
seguir evadiendo, no puede seguir siendo una pregunta retórica.
Desde
luego son aún más lamentables los que, últimamente, admiten claramente −
¿cínicamente? − que ellos no tienen ninguna alternativa acerca del “qué hacer”,
pero no se arredran en criticar, sembrar dudas: sobre la corrupción de la
oposición, sobre sus fallas y la mediocridad general de todos los políticos,
sin excepción, aunque ellos −afirman− que no tienen una posición
“antipolítica”; pero tampoco terminan de ofrecer una alternativa concreta. Solo
vemos una retórica tan vacía como la que critican.
Los
líderes opositores no son de plastilina, que pueden aguantar toda clase de
embates e improperios; tampoco son frágiles piezas de porcelana que no resisten
el mínimo impacto. Pero la crítica, inevitable y necesaria, debe ser
fundamentada y, no habría ni que decirlo, que debe ser respetuosa y no ser
personal, para que sea contundente, para que conduzca a la reflexión y a la
rectificación oportuna, de ser necesario. ¿Mucho pedir?
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
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