Por Eduardo Matute
En el ya largo camino
emprendido por las mujeres para obtener los mismos derechos ciudadanos de los
hombres, lograr el reconocimiento de sus labores y trabajos en igualdad de
condiciones y superar las distintas formas de violencia ejercidas contra ellas
—y contra otros sectores sociales por razón de su género, color de piel, formas
de religiosidad y niveles de ingreso—, las fórmulas cooperativas para la
organización de la actividad económica las han acompañado, en medio de sus
propias contradicciones y el ambiente cultural en el cual se desenvuelven.
Veamos dos ejemplos de cooperativas originarias:
En Escocia, en marzo de
1761, tuvo lugar una primera cooperativa de consumo, constituida solo por
mujeres, la Sociedad de las Hilanderas de Fenwick. Su propósito era fomentar
altos estándares en el arte de tejer, pero las actividades más tarde se
expandieron para incluir la compra colectiva de alimentos a granel y libros.
Esta última resultó en la creación de la Biblioteca Fenwick en 1808.
Las tejedoras de
Fenwick firmaron su carta de fundación en la iglesia local, que fue considerada
un lugar de seguridad y santuario, ante las amenazas de violencia por su
determinación.
En la carta fundacional
de la Sociedad de las Hilanderas de Fenwick aceptaron «ser honestas y fieles
entre sí» y con sus empleadores, hacer un trabajo «suficientemente bueno» y
fijar precios «ni más altos ni más bajos de lo que están acostumbrados en las
ciudades y parroquias del barrio».
Esta práctica de compra
colectiva en beneficio de los miembros hace que esta experiencia sea vista como
la primera de característica cooperativa.
La Sociedad se reanudó
en marzo de 2008 y se ha reconstituido como una cooperativa, en forma legal
como sociedad industrial y de previsión, con el fin de registrar, recoger y
conmemorar el patrimonio de las tejedoras de Fenwick.
Desde el lejano 1846,
cuando en la sociedad inglesa, se valoraba la propiedad como de posesión
exclusiva de los hombres, una mujer hizo historia. Se llamaba Eliza Brierley,
tejedora de profesión y en marzo de ese año, en Inglaterra, se alineó en una
fila de trabajadores para entregar el equivalente a dos quincenas de salario y
poder convertirse en miembro de pleno derecho de la hoy famosa Sociedad
Cooperativa Equitativa de Pioneros de Rochdale.
La tienda de los
Pioneros de Rochdale había abierto en 1844. La consigna era que cualquiera
podía unirse sin restricciones de género, raza o religión, si aportaba una
libra (£1); y se beneficiaba por igual, independientemente de su nivel de
compra.
En un tiempo en que las
mujeres todavía eran «propiedad» de su padre o esposo, no tenían derechos
legales ni civiles en el Reino Unido, y eran excluidas de la participación
económica igualitaria en la sociedad, Eliza Brierley alentó la participación de
las mujeres como miembros de una cooperativa.
Los Pioneros de
Rochdale fueron también pioneros en su época en el empoderamiento de la mujer,
permitiendo que las mujeres se convirtieran en asociadas de la cooperativa
desde el principio, 50 años antes de que un país reconociera el sufragio
femenino y 60 años antes de que las mujeres británicas pudieran votar en unas
elecciones.
Desde sus inicios, la
cooperativa de Rochdale participó en campañas para que el Parlamento de
Westminster promulgara una ley que evitara que las propiedades de las mujeres,
cuando se casaban, pasaran a los maridos, la cual fue ganada en 1870. De manera
más general, se conoce que el cooperativismo británico apoyó decididamente la
lucha de las sufragistas.
En 1883 en Inglaterra
se creó la primera organización cooperativa de mujeres, la Women’s Co-operative
Guild, para proporcionar a las mujeres una voz dentro del movimiento. Muchas de
las sociedades tenían un miembro por familia y, como tal, era generalmente el
hombre, el que asistía a las reuniones. Esta entidad, aún existente, participó
en las campañas por el sufragio femenino, los derechos reproductivos y la
igualdad salarial con los hombres. Similares organizaciones, impulsadas y
gestionadas por mujeres se encuentran hoy en decenas de países. (1)
Aún hoy, en el 2021,
«el ejercicio de la plena ciudadanía de las mujeres –entendido como el
desarrollo de la capacidad de autodeterminación, expresión y representación de
intereses y demandas y el pleno ejercicio de los derechos políticos
individuales y colectivos– continúa restringido en razón de género como
resultado de la persistente brecha entre la igualdad de derechos y la ausencia
de las mujeres en el poder e instancias de decisión política, que se arraiga en
fenómenos de discriminación, tanto estructural como psicosocial y cultural.
Ello se profundiza con la prevalencia de normas jurídicas discriminatorias e
insensibles a las repercusiones de género, así como restricciones y resistencia
a reconocerle a las mujeres sus derechos sexuales y reproductivos» (2).
Nos toca, siguiendo el
camino de las mujeres pioneras en el cooperativismo, seguir brindando y
ampliando su participación en las entidades cooperativas en la igualdad de condiciones
expresada en nuestro valores y creencias solidarias.
1. Coomeva, empresa
cooperativa colombiana, mantiene una plataforma de apoyo a la equidad de
género, con información y reflexión continua. Se ubica en su página web: coomeva.com/equidad.
La información histórica se encuentra en esta plataforma.
2. GUZMÁN STEIN, L., &
PACHECO OREAMUNO, G. (s. f.). LA IV CONFERENCIA MUNDIAL SOBRE LA MUJER.
Interrogantes, nudos y desafíos sobre el adelanto de las mujeres en un contexto
de cambio. Recuperado 23 de mayo de 2021, de https://www.corteidh.or.cr/tablas/a12068.pdf
Eduardo Matute es
cooperativista.
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