Logremos uno,
mayoritario
Ismael Pérez Vigil
Politólogo
Una
de mis religiosas lecturas dominicales es la columna de Fernando Rodríguez, en
El Nacional. La del pasado domingo 7 de marzo, se titula: “El voto, claro,
pero…” y ya podemos suponer de qué trata, pues es el tema que a todos nos
ocupa.
La
referida columna comienza con una frase contundente: “No hay opositor en este
país que no diga que debemos juntarnos y expresarnos para salir de este
gobierno bruto, cruel e ilegal, dictatorial y militar pues…” y no puedo estar
más de acuerdo con esa sentencia. Sí, pero… lamentablemente para el filósofo −y
sobre todo para todos nosotros− es que esa frase no parece que se ajusta a lo
que está ocurriendo en los predios opositores.
En
su artículo el Dr. Rodríguez hace referencia a uno de los tantos documentos que
circula en el bastión opositor −el democrático, por supuesto, porque el
“alacrán” ni es oposición, ni escribe documentos− que hace un llamado a
rescatar el voto y el Dr. Rodríguez, tras lamentarse que la discusión que esté
planteada no sea sobre las condiciones electorales por las que se debe luchar,
concluye −sabiamente− que de todas maneras se debería seguir discutiendo, pero
hacer una pausa en eso de circular documentos, para lograr un mayor consenso.
Asumo
que lo de la pausa que solicita el filósofo se debe a que ciertamente al que él
se refiere no es el único documento que circula; son varios los que lo hacen y
en particular hay otro, exactamente de signo contrario a éste, que sin llamar
las cosas por su nombre, abstención, prácticamente lo hace con el circunloquio
de llamar a no participar en el proceso electoral, porque éste no reúne las
condiciones mínimas que se podrían desear.
Quienes
proponen abstenerse o no participar −no los llamaré “abstencionistas”, pues
ellos no se consideran así−, declaran no estar de acuerdo con acudir a los
procesos electorales que, como ya dije, no reúnan condiciones mínimas. (No voy
a abundar en que en realidad nunca las hemos tenido desde el año 1999, cuando
este régimen se implantó)
Como
bien sabemos, desde inmemorables años, por lo menos desde los años 60 del
pasado siglo −que yo recuerde− hay en Venezuela una acendrada tendencia a
resolver las discusiones de espinosos y controversiales temas con documentos,
escritos, manifiestos y cartas abiertas. Adquirimos la costumbre de discutir y
hablarnos indirectamente, de comunicamos a través de la prensa; y hoy ni
siquiera eso, pues contamos con muy poca prensa disponible; hoy lo hacemos a
través de redes sociales.
Todos
recordamos, por ejemplo, que a principios de los 90 del pasado siglo, surgió
aquel grupo denominado “Los Notables”, encabezado nada menos que por Don Arturo
Uslar Pietri, que produjo varios documentos de impacto sobre la situación del
país y lo que, a juicio de ese grupo, eran las soluciones para esos problemas.
Algunos de los integrantes de aquel grupo de “notables”, que era un número
variable y mudable, tuvieron una cierta −e incierta− responsabilidad en los
hechos políticos que contribuyeron a la defenestración de Carlos Andrés Pérez y
que nos condujeron, años más tarde −por aquello de que de esos polvos vienen
estos lodos− a la desgracia que hoy vivimos.
A
esa costumbre de retratarse en grupo y firmar documentos, se le suma hoy otra manía
o característica, que se debe al auge que tienen las redes sociales, con sus
secuelas de la llamada posverdad −inventar o exagerar cosas− o la de circular
abiertamente falsas noticias y rumores, para desacreditar a alguien.
No
está muy claro cuál es el alcance real y combinado de las redes sociales en
Venezuela: Twitter, Instagram, Facebook, LinkedIn, por nombrar las más
destacadas. Mucho menos se puede saber cuál es el impacto de los “chats” de
vecinos, grupos familiares, compañeros de colegio y universidad, etc.; pero,
sin duda, todos combinados, redes y “chats”, lo tienen. Por lo pronto, a todos
nos hacen sentir grandes comunicadores, literatos, brillantes pensadores, o
“influencers”, por usar ese término de moda en el mundo cibernético.
Con
las excepciones del caso, que siempre las hay, tal parece que constreñidos, por
ejemplo, a los 280 caracteres de escritura que nos permite un tuit, nos han
llevado también a reducir nuestro pensamiento a ese número de caracteres y
hemos sustituido por frases huecas, rimbombantes, circunloquios, las críticas y
las ideas. Los insultos y la diatriba es lo que ahora se festeja. Mas
pendientes de los rebotes, “likes” e incremento de seguidores, que de que se
profundicen y analicen bien las cosas, en la mayoría de los casos no se difunde
información y la que se difunde, aunque tenga atisbos de verdad, es solo
parcial y se hace con el objetivo de sembrar la duda y desprestigiar; pareciera
que el ánimo no es corregir, encontrar una solución, mucho menos buscar la
verdad, sino destruir.
Por
eso, no le falta razón al Dr. Rodríguez, en su artículo del pasado domingo, al
concluir pidiendo un receso y sugerir una postergación de “… los manifiestos,
[pues] a lo mejor logramos uno mayoritario”. Soy muy escéptico al respecto,
pero vale la pena apoyar el intento.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
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