Partidos y ciudadanos, claves en la resistencia
Ismael Pérez
Vigil
Politólogo
La fecha que
hoy recordamos –23 de enero de 1958– y los momentos de reflujo político como el
que vivimos, impulsan a la reflexión y el afloramiento de temas que estaban
algo pospuestos por el fragor mismo de la lucha política. Entre estos están: el
siempre subyacente tema de la unidad opositora, la discusión acerca de si
participar o no en procesos electorales y el papel de la sociedad civil y los
partidos políticos. Los dos primeros son de carácter más práctico, pero me
ocupare del tercero el día de hoy, que tiene algunas facetas más teóricas y
conceptuales.
La discusión
acerca del papel de los partidos y sobre todo el de la sociedad civil, el de
los ciudadanos, para decirlo de otra manera, es necesario ubicarlo en su
contexto, que no es otro sino considerar que este régimen tiene ya veintiún
años en el poder, impulsando una supuesta “revolución” que no solo ha destruido
la economía del país, sino que además ha resultado ser un plan magistral para
eliminar el equilibrio entre los poderes y desmantelar las instituciones
democráticas.
Mal que bien
existía en el país hasta 1998 una separación de poderes y un cierto balance
entre ellos, hasta el punto que fue obligado a renunciar un Presidente de la
Republica –en un país netamente presidencialista como lo es el nuestro– al
haberle encontrado la Corte Suprema de entonces motivos para que fuera
enjuiciado por el Congreso Nacional. Lo justo o apropiado de esa decisión es
otro tema, pero todo eso ya es historia, pues ahora el llamado Poder Ejecutivo,
el Presidente de la Republica, tiene secuestrados y controla todos los demás
poderes, que actúan a sus ordenes y bajo su caprichoso mandato. Desde
Miraflores se escribe el guión que todos los demás ejecutan, la partitura que
todos tocan al unísono.
Entre todas
las instituciones políticas contra las que han arremetido, los partidos
políticos están entre los que han llevado la peor parte; y no es por
casualidad, sino porque la tiranía sabe que son la base de la democracia. Es
una mezquindad no reconocer que casi todo lo que tuvimos en la Venezuela
moderna –y en el fondo por lo que seguimos luchando– en materia de
instituciones, estado de derecho y democracia, lo debemos a la dinámica que
introdujeron los partidos, con sus reformas sociales, sus luchas económicas y
sus propuestas políticas e institucionales.
Eso lo sabía
bien Hugo Chávez Frías y por eso, en su empeño por destruir a la democracia,
inició su gobierno continuando el ataque despiadado a los partidos políticos,
recogiendo y usufructuando más de 30 años de diatribas contra ellos, no siempre
justificadas. Ese intento de eliminar los partidos cristalizó en la
Constitución de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y expresamente
prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, erróneamente, que
esto era un comienzo de liberación y depuración, cuando en realidad al
quitarles el financiamiento público se los arrojó en manos de los grupos
económicos que pudieran financiarlos y de cuya influencia se pretendía
liberarlos. Con esa disposición, aún vigente, se hizo más dependientes, a los
de la oposición, de intereses particulares que pudieran financiarlos y se
favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son los únicos que pueden
contar con los recursos del Estado, como hemos visto hasta la saciedad en estos
veintiún años.
Durante los
últimos seis años el régimen ha continuado con especial saña contra los
partidos, con arremetidas y persecuciones a sus líderes, encarcelándolos u
obligándolos a salir del país o refugiarse en embajadas. El CNE, otro de los
órganos del régimen, desconoció a los partidos democráticos, los obligo a
registrarse de nuevo, con un complicado y engorroso proceso, dificultando esa
actividad y suspendiéndola cuando se percató que de todas maneras los partidos
opositores lograrían hacerlo. Por su parte, la Contraloría, también órgano del
régimen, inhabilitó a sus líderes; y la arremetida, que el régimen cree
definitiva, fue completada desde hace dos o tres años, cuando el dócil Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ) comenzó a dictar sentencias contra los partidos,
tarea que concluyó el año pasado, interviniéndolos, designando a sus directivas
y despojándolos de sus símbolos, recursos y sedes. Y, sin embargo, no han
podido concluir con esa tarea, pues se encontraron con un obstáculo
insospechado.
Simultáneamente
con la llegada al poder de esta “revolución”, comenzó un proceso de resistencia
al régimen. Resistencia con la que nadie contaba y que ha sido muy difícil de
manejar y doblegar. Buena parte de ese factor de resistencia al régimen fue el
surgimiento impetuoso de un actor inesperado: El ciudadano y la sociedad civil.
Ciudadanos y sociedad civil, son actores, protagonistas indiscutibles, de este
proceso de resistencia a una “revolución” que resultó ser un fraude.
El papel de la
sociedad civil durante estos veintiún años ha sido clave; dio la cara, movilizó
a la opinión pública, contribuyó a la discusión y no cabe duda que debe seguir
participando; pero el salto modernizador hacia la plena democratización se
produce solo por el auge de las organizaciones políticas y el fortalecimiento
de las instituciones.
Pero esto es
cierto sí, y solo sí, los partidos y sus líderes entienden ese proceso
histórico, su papel en él y la necesidad de una renovación ideológica profunda.
Pero esa afirmación axiomática, se ha convertido casi en un o mito ideológico,
que a todos nos impulsa a compartirla. Pero el vacío que vivimos ahora parece
evidenciar que esa renovación profunda y necesaria, de la que se habla, no ha
ocurrido en los partidos políticos venezolanos; es todavía una tarea pendiente.
Por eso creo
que la tarea política de la sociedad civil y los ciudadanos es fortalecer
partidos, sindicatos, organizaciones gremiales y apertrecharse para después,
para el nuevo Gobierno, para evitar que se retroceda a situaciones de inamovilidad
política como las que tuvimos en los periodos anteriores. Por eso se ha hablado
de un nuevo pacto político y social, para salir de este régimen de oprobio,
pero para evitar también retrocesos que nos conduzcan de nuevo al punto en que
nos encontramos ahora.
No todo lo
ocurrido en los dos últimos años en el país es negativo, a pesar que no se
logró el objetivo de salir de este régimen y reestablecer la democracia. La
actividad de recolección de firmas del 12 de diciembre –que algunos ya empiezan
a querer apropiarse como sus “voceros”– demostró la vitalidad que aún mantiene
la oposición, constatamos que se cuenta con un “capital social” nada
despreciable, con más de seis millones de participantes, tres de ellos de
manera presencial, miles de activistas de cientos de organizaciones políticas y
de la sociedad civil, a pesar de todas las arremetidas e intentos de
intimidación por parte del régimen. Contamos, entonces, con dos componentes
fundamentales, una sociedad que resiste y sus expresiones organizativas
–partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil– como base para
reconstruir y organizar la resistencia al régimen.
Durante mucho
tiempo tuvimos poca capacidad de comprensión del momento político que vivíamos
–los ciudadanos, me refiero–; ahora somos conscientes de que estamos enterrando
todo un ciclo de la vida política venezolana. Encarnamos una realidad y una
historia –me refiero al período previo a esta oscuridad iniciada en 1999– no
denigremos de ella, ni la desconozcamos, pero tampoco la demos por
completamente buena.
De este
proceso de más de veinte años aprendimos muchas cosas sobre la política. Lo más
importante, aprendimos como realmente es y no como la estudiamos en los libros
o la contemplamos desde lejos. Nos servirá de mucho para la tarea que viene
ahora: Construir una verdadera opción política, democrática, transparente y
plural, que tenga como centro el respeto a la persona humana.
Esa es la
enseñanza práctica que sacamos de este proceso y a la que hay que dedicar
buenos esfuerzos.
https://ismaelperezvigil.wordpress.com/
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