Por Eduardo Matute
Ricardo, (Jají, 7
febrero 1935- La Parroquia, 1 noviembre 2020, ambas localidades en el Estado
Mérida), fue un sacerdote católico, profundamente inmerso en su estado natal.
Como bien lo ha referido el cardenal Porras, su pastor eclesiástico durante
gran parte de su vida sacerdotal, encarnó en su ministerio las enseñanzas del
Concilio Vaticano II y de Medellín.
Me honró conocerlo
cuando apenas alcanzaba los 18 años. El corto tiempo que trabajé con él fue,
sin lugar a dudas, mi primera universidad en educación popular y cooperativa.
En ese momento, fungía
como director del Centro de Educación Cooperativa de Mérida (Cedecom). Esta
institución fue única en su esencia, en cuyos estatutos se vinculaba
orgánicamente a la Universidad de Los Andes con cooperativas del estado Mérida.
Fue un producto de su ya, para entonces, clarísima vocación de estímulo a la
organización productiva de los sectores populares. Cedecom estimuló el desarrollo
de cooperativas agrícolas, de producción pecuaria, de transporte, de consumo y
de ahorro y crédito, En total, 35 empresas cooperativas a lo largo y ancho del
estado.
En los procesos de
constitución y desarrollo de estas empresas, su enseñanza estuvo dirigida a la
necesidad de ser eficientes en la creación y distribución de la riqueza
producida. Una especial cooperativa fue la de servicios funerarios de la ciudad
de Mérida, origen del servicio que, a nivel nacional, se desarrolló a finales
del siglo XX en todo el país. Y, en todas ellas, la impronta del padre Silguero
estuvo presente. En la redacción de la Ley de Cooperativas del año 1965,
destaca la inclusión de un apartado legal que posibilitaba la creación de este
tipo de institución cooperativa, basándose en la experiencia adelantada por
Ricardo.
Con la Universidad de
Los Andes, en 1970, adelantó el I Congreso Continental de Derecho Cooperativo,
en conjunto con un gran pensador cooperativo, David Esteller. La importancia de
este I Congreso puede verse en las memorias del VII Congreso,
celebrado en San José de Costa Rica en el pasado diciembre.
Esta intensa actividad
cooperativa la realizó Ricardo en conjunto con la apostólica, en la Parroquia
El Llano, la más extensa de las eclesiásticas emeritenses. Como párroco, rendía
cuentas mensuales del ingreso de la parroquia provenientes de la feligresía y
de los aportes centrales. El informe contable se encontraba a la vista de
todos, en la cartelera eclesial.
La dinámica
cooperativa, en los primeros años setenta, llevó a la constitución de centrales
cooperativas que asumieron funciones productivas, el servicio funerario y la
actividad de promoción y educación cooperativa. Ante esa realidad, Ricardo se
convirtió en el impulsor de la fusión de Cedecom a la Central Cooperativa de
Mérida, que se llevó a cabo en el año 1972. Extinguido el Centro de Educación,
Ricardo asumió la dirección de Radio Occidente, en Tovar, su otra gran obra. La
primera experiencia de radio educativa en Venezuela, una radio pensada para la
comunicación comunitaria, en aquellos tiempos pre-Internet, que lo llevó a ser
presidente de la Asociación latinoamericana de educación radiofónica (ALER).
Uno de mis recuerdos
vívidos, ahora que recibo la información de su fallecimiento, tuvo lugar en
Valle Grande —en la escuela que Fe y Alegría mantiene, sede de la Cooperativa
homónima—, en diciembre de 1971, en el encuentro anual de los campesinos de la
zona. Vi a un Ricardo organizando, ayudando a que todo saliera bien. Y contento
por la labor, se reía.
Gracias, por tanto,
Ricardo.
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